Historia de la distopía

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Interesante es buscar el origen etimológico de esta palabra, pero para conseguirlo, deberemos ir a una palabra que llegó antes de la distopía: utopía.

Utopía deriva del griego  οὐ  y τόπος, significando literalmente «no-lugar». Esta palabra la usaría Tomás Moro para describir una sociedad ideal, pero que no existe en ningún lugar. Publicado en 1516, era parte de su título  y daba nombre a la isla protagonista, ese lugar en el que la sociedad no hallaría mejor lugar para existir. Idílica y situada cerca de América del Sur, sería una sociedad pacífica que habría creado un Estado perfecto, donde se hallaría una suerte de comunismo económico en el que el bienestar moral y físico de sus pobladores sería la característica principal. Dividida en dos partes, haría un contraste entre la primera parte, escrita después de la siguiente y consistente en la explicación de cómo era la sociedad de entonces, y la segunda parte, que narra desde una óptica extranjera las maravillas de esa sociedad imaginada, en la que las cotas más altas imaginadas para una sociedad son la norma y no la excepción. Esta sociedad perfecta no dependería de ningún Dios, aunque en el caso de la obra de Moro fuera movida por un espiritualismo interno que no conociera la verdad revelada, sin necesidad de caer en el ateísmo y con una libertad de culto muy avanzada para la época.  Utopía, desde el momento que Moro pone en camino el término, muestra una sociedad ideal e imposible de conseguir, pero siempre en el horizonte del ser humano en todas las obras. Sin embargo, este carácter imposible será el que no ayude a defender el término como algo realizable y empezará a decaer en su contrario.

No sería la primera vez que se idea un lugar en el que existieran elementos utópicos, lugares en los que el vivir se tradujera en placer, como Esqueria, la isla feacia descrita en la Odisea , o el Israel utópico de Ezequiel en la mismísima Biblia . También a destacar La Ciudad Virtuosa de Al Farabi, siendo esta una Medina idealizada de los tiempos de Mahoma, o las narraciones que versaron sobre Ketumati, un paraíso futuro rodeado de árboles y palacios donde no existe el hambre, enseñado en escuelas budistas.

La utopía necesitó de una nueva invención, debido a su imposibilidad de existencia, más cerca de un mundo ideal platónico que de una realización terrenal efectiva. Y aquí es cuando surge, en el siglo XIX, la palabra distopía, de la pluma de John Stuart Mill, en un discurso sobre la política agraria en Irlanda.

Las utopías y las distopías pueden portar otras funciones más allá de la contemplación o el entretenimiento. Estas funciones pueden ser función orientadora, valorativa, crítica o esperanzadora.

La función orientadora es la que se ejerce al mostrar la sociedad imaginaria de la que hace gala el concepto utópico. Visto como un horizonte a alcanzar (como fuera la utopía marxista, por poner un ejemplo más filosóficamente establecido) o a ser completamente evitado dada la posible deriva según la mímesis con la realidad que nos presente el autor, puede servir para organizar unas metas y unos objetivos que podrían asemejarse a ese ideal que nos sacara de la caverna y nos hiciera libres, con el sol mostrándonos una posible verdad (o, al menos, el camino hacia la “realidad”). Esta dirección que tomaríamos lo conseguiríamos gracias a la inspiración adquirida por las utopías.

La función valorativa mostraría un contraste entre la sociedad en la que el autor vive y convive con sus semejantes en una sociedad imperfecta y real con la sociedad soñada, la perfecta, la utópica, o la imaginada como derivada del estado actual de las cosas en un futuro posible, la distópica. De esta manera, podría ayudar a comprender las cosas que, a juicio del autor, están mal en su sociedad, con una función política, ética o, por qué no, una función estética de placer, bien o verdad.

De la mano de la función anterior, observemos como una función crítica se abre paso también gracias a las utopías y las distopías. En la comparativa valorativa, podremos observar críticamente las cotas de bienestar social, así como de justicia, que no cubre la realidad. Las utopías las construyen mediante elementos presentes, ya sea para evitarlos como para potenciarlos, como hicieran las distopías con aquellos que llegaran a estándares más altos de desigualdad o injusticias extremas hacia las mayorías. Veremos varios ejemplos en los apartados específicos de las obras a analizar. Estas utopías, aunque irrealizables, desembocan en una inevitable crítica al presente, a la realidad imperante que necesita a todas luces ser superada por horizontes imaginables.

Finalmente, la función esperanzadora. Asemejada a los paraísos prometidos en las grandes religiones, podemos entender cómo el ser humano se ha guiado siempre por una concepción utópica del futuro, ya sea en grandes como en pequeñas cosas subjetivas. La libertad, la igualdad y la fraternidad son conceptos que la Revolución Francesa se planteó como un futuro mejor, y poder alcanzar todos nuestros deseos, nuestros placeres y disfrutes o el ansiado bien común, no son más que utopías que animan a avanzar hacia un futuro que los haga realidad, aunque nunca los viéramos realizados como absolutos. Como curiosidad, el mismo Robespierre los defendería férreamente, aún con sus métodos discutibles a la hora de aplicarlos, transformando el camino de la utopía en una vía distópica para gran cantidad de compatriotas. El ser humano siempre es capaz de imaginar un mundo mejor del que vive, y ahí radica la imposibilidad y la esperanza continua de la utopía, o la apertura esperanzadora de evitar las distopías en el caso de que los protagonistas de las obras, de la mano de un mundo más justo y crítico, sean los vencedores del final de la obra, en una justicia poética (y estética, con altas cotas de justicia social y virtud placentera para el espectador).

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