Entrevista a Alfonso Ortega Lozano
¿Cómo percibes la realidad política en la creación de hoy? ¿Cómo la afrontas?
La política cultural está tan corrompida que superficiales lavados de cara de administraciones puntuales no pueden realizar un trabajo del suficiente calado como para que tan siquiera se profundice más allá de los tobillos en el océano de miseria que lo conforma. La política cultural, de hecho, idiosincráticamente funciona así, porque la cultura, en especial, la del lenguaje sonoro, debido a su carácter inmaterial y a la dinámica mercantilizada que se le ha otorgado desde la mayor Industria del entretenimiento de la historia, donde se subsumen todas las demás (incluida la última que lo acapara todo como es la del videojuego y las de plataformas digitales del entretenimiento), convierte a este tipo de expresión, otrora artística, en la principal materia de desposesión, muy por encima del resto, como muy acertadamente señala David Harvey. La mercantilización y por consiguiente la empresarialización de este nuestro lenguaje, en un contexto capitalista, máxime en su época paroxista actual como es el reinado incontestado del neoliberalismo, es la más manida, ajada y pisoteada de todas las expresiones artísticas con una ventaja notable sobre el resto, que también soportan lo suyo. El mundo sinfónico, por lo tanto, el que se supone salvaguarda de la tradición, herencia de los logros de la evolución musical que durante siglos se han ido sucediendo y que han quedado perfecta y pormenorizadamente registrados en lo que se viene en denominar el mundo académico de la música, ha contribuido paradójicamente a una resolutiva dinámica de colaboracionismo con las sacrosantas leyes del Capital como para acelerar su propia destrucción. Lo que “sirve” hoy de la creación es justamente eso “lo que sirve”; en la antípoda de lo que debe ser la expresión musical como creatividad pura, evolución, subversión, discernimiento y todo ello aderezado con la “inútil”, desde el punto de vista material que no del consumo en sí mismo, experiencia estética –principio inalienable del Arte-, hoy más objeto arqueológico que realidad viviente aunque, y así se ha hecho asumir al público, todo esto ha quedado en la pueril manifestación de “sensaciones” aparentemente subjetivas y completamente dirigidas por la pantagruélica Industria de la estética y de la crítica cuya denominación vulgar podemos sintetizar en el concepto “gusto”. “Gusto”, por supuesto, como juicio crítico indispensable e irrebatible, como esencia del primer mandamiento de la religión capitalista -“el individualismo”-, repleto éste de soberbia y egocentrismo a raudales como para hacer de la opinión personal una verdad absoluta por encima de la del resto, esté esa verdad aderezada o no por el conveniente conocimiento sobre la materia de la que trata todo esto de la Música.
La Música académica se percibe como algo ajeno a las inquietudes populares, sin- embargo tú contradices enérgicamente esa percepción que se mantiene desde siempre en el acervo popular.
Tratar a la Música académica como coto privado y estanco de una clase, la burguesa o la élite, es contribuir activamente al juego de la Industria. No existe ni pertenencia ni elitismo en la música académica o sinfónica, o al menos permitirla es caer en un craso error y en una concesión imperdonable; la música es expresión humana en su estado más puro, incluso muy por encima de la palabra. Asegurar que alguien se puede adueñar de la música es lo mismo que asegurar que alguien se puede adueñar del aire, del agua, de la tierra, de los seres humanos, de la biosfera, del Cosmos…, eso no implica que no haya un sistema pútrido y espurio que lo intente hacer y la mayoría de veces lo consiga, al menos a nivel terrenal, de la misma manera que ahora se intenta hacer con recursos básicos como el agua o los alimentos, la biosfera en su conjunto, y que toda la vida se lleva haciendo con la tierra y con los seres humanos, muy especialmente y por encima de todo con La Mujer. Considerar que intelectivamente la Música académica pertenece en exclusividad a una élite de entendidos, expertos, académicos, estudiosos o profesionales de ese entorno es lo más antimarxista y antinatural, por lo antihumano que conlleva esa creencia, que pueda existir; es como argüir o dictar que las obras literarias o de la expresión plástica que se sitúan en la vanguardia de la creación solo deben ser mostradas y asumidas por un tipo de casta intelectualmente preparada o docta en esas materias, cuando realmente, ese grupo de la “élite” intelectual suele estar copada por el tejido social más abyecto, estulto y colaboracionista del Stablishment capitalista, simples sicarios de la estética, la mayoría de las veces al servicio espurio de la propia Industria que ha sumido a los entes públicos en una realidad de meros gestores garantes de los intereses transnacionales del entretenimiento.
¿Consideras ese comportamiento, esa forma de acaparar lo que es de todos el principal motivo por el que perdura el divorcio insalvable entre el público y la creación actual?
¿Consideras ese comportamiento, esa forma de acaparar lo que es de todos el principal motivo por el que perdura el divorcio insalvable entre el público y la creación actual?
Sin lugar a dudas esa actitud contribuye de manera determinante a mantener el divorcio, la insuperable grieta entre el creador y el oyente, consiguiendo que éste prosiga en su “empanada” musical y el creador, en su condición de entelequia social, en un sujeto prescindible que no aporta nada, salvo su contribución a la dinámica de apariencia institucionalizada de inquietud artística en los entes, imprescindible para que la corrección política cínica y demagoga siga impoluta y por lo tanto nada cambie, gobierne quien gobierne y gestione quien gestione (en el 99.99% de los casos, personas o funcionarios completamente incapacitados, o en el mejor de ellos simples diletantes mediocres que hacen lo que buenamente pueden). Lo que es curioso es que esos funcionarios o personal político, entre los que abunda el mundo académico institucionalizado y no el que habita entre la masa, esté siempre desplazándose por los conductos de trasvase herméticamente cerrados que conectan entes públicos y privados de gestión; también es digno de reseñar que la política de subvenciones se mueve inequívocamente entre estos sujetos de la oficialidad cultural estatal y adláteres, dejando las migajas para iniciativas que no suelen dilatarse en exceso por no ser acordes a esa oficialidad que no duda en recurrir al mensaje lacrimógeno y victimista de la falta de cultura musical del público al que desprecian con su condescendencia y al que no dudan en culpar de la poca o nula aceptación de sus “grandes aportaciones” a la historia del arte musical que les es propio, escribiéndola simultáneamente a sus biografías en donde recalcan sus egos como parte del elenco protagonista de esa misma historia que hoy se está fabricando, por ellos y los entes a los que sirven. Al público al que no asisten, al que no hacen llegar nada, le exigen cínicamente que desde lo ignoto muestre iniciativa hacia algo de lo que no tiene noticia alguna, y todo esto aderezado con una actitud cainita difícilmente igualada en otro gremio. En definitiva, se da la paradoja del llanto desconsolado generado por la no consecución de un anhelo mientras ellos mismos lo combaten con verdadera devoción y que no dudan en dinamitar.
Si esto es así y el creador se encuentra, por así decirlo, subyugado y secuestrado por la dinámica mercantilista ¿Qué es entonces lo que mueve hoy al creador a crear?
Lo que menos interesa al creador, aunque me avergüenza utilizar el término “compositor” porque la prostitución y embarrado del concepto es inefable, debido a la Industria y al consentimiento involuntario de todo el auditorio, lo que menos interesa al creador, insisto, es justo eso que el propio creador institucionalizado hace, es decir, contribuir a que la creación quede en una mera apariencia y en un ejercicio de prepotencia egocéntrica repleta de frases tan grandilocuentes e institucionalizadas como vacías creando una barrera infranqueable para el ciudadano de a pié al que se le junta el hambre con las ganas de comer,- ni hace por comprender, ni se le da la oportunidad-, tanto es así, que la susodicha oportunidad es imposible porque desconoce de ella su existencia por completo. Eso implica un seguro de vida, un club selecto garantista de esos “figurantes” de la retórica musical que ocupan cargos administrativos formando un bucle hereditario que jamás se rompe, y en esto sí hay paridad (el arribismo es asexuado), mientras contribuyen a sabiendas a la desposesión de la creación que realmente corresponde al público de este tiempo, negándoles el acceso a susodicho lenguaje, convirtiéndolo en algo inasequible, no por su complejidad sino por su ocultación mediante mil formas diferentes, exposición de todo el material espurio de la Industria que es infinito, repertorio siempre vital cuando se trata de música académica lamentablemente anacrónico que sustituye a aquel que se produce simultáneamente al momento de vida del auditor, eclipsado adicionalmente de forma constante con cualquier material generado en despachos que mantienen el flujo de capital mediante su promoción en programas televisivos cuyo principio artístico es el mismo que el del maratón realizado por un ratón en una rueda durante horas, obedece al instinto puro. El instinto, también paradójicamente, es tremendamente fácil de domar, de encauzar y dirigir; cualquier herramienta, que no ideología, fascista lo demuestra todos los días, porque esta se basa en el instinto más bajo, donde hasta las turbas más sádicas en definitiva -y aún pareciendo de un proceder salvajemente anárquico-, son perfectamente dirigidas. Sin embargo, el discernimiento es todo lo contrario; el discernimiento es indómito, no puede controlarse, es imposible, justo es la ausencia de él lo que hace controlable y sumisas las mentes, la música subvierte esa tendencia al control, amansa a las fieras, pero subleva el conocimiento, por eso mismo, la Música no solo se matiza y se neutraliza en el currículo académico, sino que se hacen esfuerzos titánicos por eliminarla definitivamente (ya Platón en sus Nomoi daba algunas pistas de como “controlar” este lenguaje, no es nada nuevo). ¿Qué mueve al compositor? Al grupo institucionalizado su condición de engranaje de la Industria mercantilista y elitista, al resto simple y llanamente la necesidad vital, la pulsión insuperable de crear, el ser un compositor, el desnudarse y “darse”, y hoy, no esperar absolutamente nada a cambio. Componer hoy es una especie de ascetismo.
¿Cómo debe enfocar un compositor marxista su obra?
La actitud marxista en la Música hoy en día no es un elemento o una actitud estética, una normativa o un tipo de combinatoria sonora que pueda provocar ciertos ensalzamientos acordes a unos principios ideológicos de partido; la actitud marxista de la Música hoy es una actitud en la vida, es un “hacer”, es un “construir conciencia” – a modo de las Misiones Pedagógicas de la Segunda República-, es erradicar el analfabetismo del auditorio al que ha sido arrojado desde la omnipotente Industria del entretenimiento y todo su elenco de medios corporativos de alienación y atrofia del discernimiento. Si en algo se debe ser un “antisistema” es, por encima de cualquier otro lenguaje expresivo, en la Música y particularmente en la académica, en esa que se denominaba hasta hace poco “contemporánea” y que, una vez más, la Industria “bastardiza” usurpándola y extrapolándola a la producción de su cadena de “montaje”, nunca mejor dicho, para barnizar de enjundia lo que es un simple producto de consumo desprovisto por completo de cualquier indicio de creatividad.
Pero persistir en esta insumisión sistemática a los dictados de la Industria conduce a un callejón sin salida.
Pero esto es así porque se nos presenta otra paradoja imperdonable e insoslayable: la facilidad con la que las izquierdas, desde las retaguardias socialdemócratas hasta las vanguardias del ámbito comunista, abrazan y reconocen como lenguajes inequívocos del Pueblo exactamente esas manifestaciones creadas por el Sistema y la Industria que asegura combatir, otorgando reconocimiento a las figuras que el propio tejido industrial del entretenimiento considera como sujetos representativos de valor indiscutible; una vez más, la Música académica queda fuera de valoración por ser, supuestamente, representativa de la clase opuesta, contribuyendo con ello a la negación del legado que al pueblo pertenece más y muy por encima de la producción industrial y, ni que decir tiene, de esas clases elitistas que se han adueñado de ella, con el añadido de que el creador forma parte de ese mismo pueblo, cuyos impuestos le forman dentro del ámbito de la educación pública de los conservatorios, hoy en plena fase de desmantelamiento y putrefacción, en el que, salvo las excepciones del cuerpo institucionalizado, puede acabar en la más absoluta miseria y ostracismo. Los peores aliados de la música curiosamente son los que más deberían volcarse en su defensa: académicos y corrientes del progresismo político. Este discurso puede doler a todos, sin excepción, pero ¿qué otra cosa posee más valor en la creación artística que la honestidad? Para mí, ninguna.
¿El compromiso político y social, por lo tanto, es esencial en tu obra?
A mi modo de ver, hoy, en la coyuntura geopolítica actual donde la multipolaridad va superando una hegemonía incontestable – con todo el trauma y convulsión que eso genera-, en plena ebullición de una revolución tecnológica cuya deriva es indeterminada, un cambio social e incluso existencial para la Especie, en un entorno hiperglobalizado y simultáneamente tan eclipsado por una sobrecarga de información esculpida desde infraestructuras mediáticas que son parte de emporios empresariales grotescos con unos intereses explícitos que en gran parte dependen de la conformación y uniformidad de la opinión pública, en definitiva, en un mundo superpoblado, recluirse en una burbuja creativa me parece, además de una absoluta incongruencia obsoleta y arcaica, un ejercicio de inmadurez e irresponsabilidad manifiesta. Hoy, el Arte por el Arte no tiene mucho significado, por la evidente contaminación antes referida por parte de la Industria derivada del propio Sistema capitalista que declara como principio la “utilidad” de todo lo que existe y está por existir, contraviniendo por completo la esencia del Arte. El Arte por el Arte no tiene significado porque el Arte por el Arte no es “útil”, contraviene la realidad, la exigencia sagrada del credo de la demanda de mercado; la experiencia estética se emula, no es más que un sucedáneo de algo remotamente parecido a lo que fue la experiencia estética, cuya “utilidad” hoy consiste en un ejercicio de autosugestión, por parte de una élite económica, en las antípodas de la episteme, como intento de diferenciación del peatón vulgar. Si a esto le sumamos la narcotización intelectual de la sociedad imbuida en una dinámica paranoica del consumo, el Arte no tiene ni lugar, ni sentido. Como diría Chomsky “la gente paga por el privilegio de ser sometida a la manipulación de las actitudes y comportamientos”, en este caso los de la Industria.
La escena que detallas no deja lugar al optimismo ¿No hay esperanza?
Si el Arte ha sido encadenado a la mercadería ontológica no queda otra que buscarle una “utilidad”, una “función”; para mí la más coherente es la de la denuncia social. No se trata de describir como los “clásicos”, si se me permite denominarlos así, la Naturaleza o la esencia del ser estético, de lo que se trata aquí es de describir la nueva naturaleza, el nuevo sujeto estético y éste requiere del compromiso y la descripción de la realidad social en la que buceamos. El Arte es humano y lo único humano que equivale al Arte – en un sistema que ha quedado obsoleto y que nos ha conducido a lo que puede ser incluso nuestra propia extinción y la de todo lo que subsiste en el planeta a pesar nuestro-, en una Especie que flirtea tan peligrosamente con el salvajismo en una vorágine suicida de individualismo arrasador, es la empatía. El Arte es empatía porque es humano, porque es subversivo, porque es la “verdad”. Mi obra, salvo algunos momentos en los que mi inquietud creativa demanda ese individualismo ínsito como instinto supervivencial humano y como producto que soy de esta sociedad cuando lo que necesito hacer es un ejercicio de introspección, gira en torno a la denuncia o retrato del paisaje político-social, insisto, nuestra naturaleza contemporánea; creo que hoy por hoy es esencialmente de lo que se debe hablar y la música es la forma de hablar de alguien como yo.
Para terminar, háblanos brevemente de lo que te traes entre manos y de tu futuro más inmediato.
Para contestarte a eso debo hacer una breve introducción donde explicar someramente lo que hice para poder entender lo que hago y llevaré a los escenarios en breve. Convertir a la gente en estúpida musicalmente hablando es torpedear la línea de flotación del espíritu crítico y el discernimiento gravemente, de hecho, la sonrisa o el comentario jocoso que pudiera suscitar esta afirmación, que atribuye a la Música un papel trascendental en el pensamiento humano, implica una asunción explícita de que la Música realmente tiene una simple función de divertimento, y por lo tanto una ínfima “utilidad” que sirve para la inocua satisfacción personal, no más dotada de profundidad estética que un juguete sexual: relaja y te puede hacer viajar de manera instintiva, poco más. Entenderlo así, te sitúa en el marco de la Industria, los idiomas desde ese momento son incompatibles y el mensaje no llega nunca de un extremo a otro, por lo que es imposible intentar convencer sobre el significado de la creación actual a nadie, requiere de un proceso lento y cuidadoso donde se abran todos los poros del entendimiento y se abandonen sistemática y voluntariamente todos los prejuicios del “gusto” como principio y verdad incontestables. Mostrar la experiencia estética implica explicar en qué consiste ese tipo de experiencia, intentar mostrar al auditorio que ese lenguaje que refleja su naturaleza sincrónica es realmente el fresco de esa naturaleza viva y no un bodegón implica paciencia por todas las partes e intención, que no sugestión o convencimiento, hacer comprensibles los elementos materiales utilizados para la realización de los trazos y frases del discurso conlleva infinitas dosis de pedagogía. Un ejemplo que siempre utilizo es el de una persona sustraída de la sociedad del siglo XIII y expuesta sin mediación alguna a la comprensión del último ordenador cuántico, parece sacado de un cuento de cienciaficción con unas dosis de terror tan elevadas que lo convierten justo en lo contrario de lo que pretende, en un relato absurdo, grotesco y tragicómico. Pues bien, exactamente eso es lo que ocurre cuando a una persona cuya experiencia es residual o ninguna con las vanguardias de la creación musical – obviando las corrientes espurias que pululan por el amplio elenco de propuestas que coexisten en el mundo sinfónico-, es expuesta a una pieza de estas características, incluyendo las compuestas en los albores del siglo pasado. El auditorio está tan expuesto al producto industrial y a la tonalidad que lo primero que reconoce un ser humano al nacer es el rostro de su madre y el sistema tonal; actualizar esto último es una tarea titánica cuando el receptor del mensaje continúa en el líquido amniótico tonal durante toda su vida. Sin una “climatización” auditiva y epistemológica cuidada es imposible que alguien cuya realidad musical sigue parámetros de varios siglos atrás, morfológica y sintácticamente hablando, sea capaz de entender un solo sonido de los propuestos por la vanguardia “cuántica” musical; paradójicamente, y muy al contrario de lo que le ocurría al personaje del relato de ficción de Verne, el oyente es el obsoleto y su realidad es la “cuántica”, no esa de la momia anacrónica con la que aliena sus oídos que percibe como propia. Con Echoes 1.61 Ensemble intentamos conseguir mimetizarnos con esta realidad de alienación sistemática, introduciendo “trazas” de esos sistemas compositivos que contribuyeron de forma determinante, precisa y coherentemente validada por el devenir de los acontecimiento y la historia, en estructuras y sobre todo, y por encima de todo, tímbricas de los lenguajes desposeídos por la Industria, los que realmente surgieron de la inquietud popular. Los conciertos eran ponencias audiovisuales donde se intercalaban proyecciones explicativas de la naturaleza generativa de los lenguajes abordados en un discurso técnico asumible para todos los públicos y una ejemplificación en directo con una instrumentación característica de las músicas de consumo antes especificadas. Los músicos permanecíamos en oscuridad total, salvo por una tenue iluminación de atril para poder seguir la partitura; el auditorio, generalmente, permanecía con la luz de sala para que el público, normalmente alumnos de grados de docencia musical o de conservatorio, pudieran tomar las notas que considerasen oportunas. El fin se encontraba en las antípodas de lo que se persigue en un concierto normal, a saber, la exposición de un repertorio para el deleite funcional del auditorio y la exhibición técnica de los intérpretes no era lo importante; el fin de todo aquello no era otro que el de la captación de la atención del auditorio para conseguir tender puentes de conexión, buscar algún resquicio de permeabilidad por donde los lenguajes de la vanguardia pasada pudieran germinar de alguna manera, suavizando su asunción y abriendo de esta forma la oportunidad al descubrimiento de aquellos compositores que ni estaban allí ni sus obras eran expuestas pero sí la esencia y naturaleza de sus lenguajes. La tímbrica instrumental era el nexo entre lo anacrónico del auditorio y lo sincrónico de lo que realmente se produce en el tiempo en el que les ha tocado vivir. Lamentablemente el proyecto no fue entendido por las instituciones y mucho menos por el gremio de “intelectuales”, más empeñados en seguir con los métodos fracasados desde hace un siglo que en sopesar los pros y contras de un proyecto completamente inédito en este país. Quizá el más interesado en no dotar al oyente del discernimiento suficiente es el propio gremio de la música y con esto se mantiene el divorcio, la brecha y el sinsentido, además de hacer un juego descaradamente sórdido al Sistema; no existe nada más conservador que la Música, cuando debería ser el arte punta de lanza de toda revolución. Aquello pasó y lo que está por venir es todo lo que aquello me enseñó, en un nuevo proyecto que ya está en marcha.
Una muy buena manera de comenzar su recorrido una publicación a la que deseo larga y fructífera vida. Gran entrevista a un gran compositor. Enhorabuena!