España, al menos desde la escuela de traductores de Toledo, no he tenido músculo para trasladar al castellano una gran parte de las obras que forman parte del acervo de la cultura universal. Durante años, lo que se traducía procedía de versiones previamente traducidas al francés, al inglés o al alemán. Muchas de ellas, que se siguen reeditando, incluso están censuradas.
La Editorial Nacional, liquidada por Felipe González en favor de su amigo Polanco, nunca llenó el hueco pues más bien servía, con algunas excepciones muy notorias, a la publicación de basura de los prebostes del régimen.
En ningún otro país de habla hispana ha habido una institución sistemática orientada a la traducción sistemática de esas obras imprescindibles. Así es imposible encontrar (salvo error), traducciones castellanas de obras tan relevantes, en sus respectivas culturas, como Shahnameh de Abolqasem Ferdowsi en el caso de Irán, el Han-Fei-tse, el Ho-kouan-tseu, el Libro del Principe Shang o la Disputa sobre la Sal y el Hierro en el caso de la China, por citar solo algunos que me son especialmente estimados.
Aunque hay, y ha habido, a lo largo de los años algunas iniciativas privadas muy meritorias y se han publicado traducciones directamente de los originales, como sucede con el poema de Gilgamesh, la mayor parte de las obras que acabamos de citar, y otras que omitimos en atención al tiempo del lector, son obras que difícilmente encajan en proyectos editoriales privados toda vez que sus públicos son, en cada generación, poco numerosos.
El mecanismo de las subvenciones a la edición apenas roza la superficie del problema, entre otras razones, porque apenas cubren una parte de los costes y porque, además del editor, se requieren especialistas capaces de traducir desde los textos originales, lo cual requiere instituciones de las que el país carece y nunca, ni en la dictadura ni en el régimen del 77, ha habido la más mínima voluntad política de crearlas.
Conocer la cultura del país con el que se pretende mantener relaciones políticas y comerciales es el primer pilar de la política exterior, aunque un cuerpo de diplomáticos presuntuosos y pagados de sí mismos, que incluso firman manifiestos de pureza de sangre —ideológica y no sé si de la otra—, no sólo lo ignoren sino pretendan hacernos creer a los demás que debemos ignorarlo.
Como en casi todo, también es esto hay un marchamo de clase. Por todas partes, en el civilizado Occidente, aunque donde más claramente se ha formulado es en Reino Unido, se mueve una ola para dejar de aportar dinero público a las llamadas humanidades, ciencias sociales y políticas incluidas, con el argumento de que son divertimentos para ociosos y que solamente las enseñanzas que cualifican inmediatamente para el desempeño de empleos deben ser financiadas.
Este argumento, adobado en una supuesta lógica de mercado, oculta un intento de recuperar un mecanismo de distinción “natural”: solamente quienes puedan pagarse la formación en los divertimentos para ociosos, podrán disfrutarlos. No es muy difícil averiguar quiénes serán. Y tampoco es muy difícil imaginar cómo el “gusto natural” servirá como criterio de distinción. Es una vuelta al pasado. Pasado que fue magistralmente analizado en La Distinction. Critique sociale du jugement, de Bourdieu. Pero en nada es diferente de otras vueltas al pasado que patrocinan las mismas elites que se han declarado en secesión (Pochi contro moltiIl conflitto politico nel XXI secolo, de Urbinati), y en todas partes, de ese civilizado occidente, trabajan cada día de modo activo y coordinado para destruir las promesas del estado de bienestar, aparentemente con la complicidad, involuntaria supongo, de los indiferentes.
Indiferentes, a los que ya Gramsci, en 1917, declaró su odio. En su texto, Odio gli Indiferenti, puede leerse: “Vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son bellaquería, no vida. Por eso odio a los indiferentes. La indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera” (Gramsci, 2011).
Volviendo a la cuestión de las traducciones, incluso las pocas que llegaban del ruso eran traducciones de traducciones, primero por aquello del comunismo y después por aquello otro de lo que venimos hablando.
Por eso es tan meritoria la tarea de algunas editoriales de provincias que, poco a poco, van poniendo en castellano algunas obras maravillosas en traducciones directamente del ruso. Este es el caso de Hoja de Lata Editorial S. L. con estos tres títulos, Diecisiete instantes de una primavera, Diamantes para la dictadura del proletariado y No se necesita contraseña, todos ellos de Yulian Semionov.
En el primero de esos libros, Diecisiete instantes de una primavera, se basa una serie soviética de televisión extraordinaria que nada tiene que envidiar a las que producía la BBC en sus mejores momentos, cuya visión es obligada para cualquier cinéfilo que se precie. El impacto del realismo de esta serie superó en mucho a La guerra de los mundos. Los otros dos títulos también han sido llevados al cine. Los tres títulos se despliegan en un entorno de espionaje, con un protagonista irrepetible, Isáiev/Stirlitz, en tres entornos diferentes, la ciudad de Revel, Estonia, donde transcurre Diamantes para la dictadura del proletariado, el lejano oriente, la efímera República del Lejano Oriente, donde transcurre No se necesita contraseña, y el Berlín de los últimos meses del III Reich, donde transcurre Diecisiete instantes de una primavera.
Incluso los que, como es mi caso, no somos forofos de la novela negra ni de la novela de espías, estamos llamados a hacer una excepción y disfrutar de estos tres títulos irrepetibles. Isáiev/Stirlitz es un espía absolutamente diferente de la saga Bond, o de los modernos que aparecen en Slow Horses y poco o nada tiene que ver con los caracteres de John Le Carré.
Puede que todos sirvan como metonimia de los momentos de sus respectivos países. Incluso el agente Bombita 0017 al servicio del justicialismo fue, una metonimia de la Argentina, uno de esos países imaginarios, capaces de votar a un personaje como Milei.
Con iniciativas editoriales de provincias, como la Hoja de Lata Editorial, hay una parte de la (in)cultura nacional que es remediable. Disfrutemos de ello.
Referencias
Bourdieu, Pierre. 1979. La Distinction. Critique sociale du jugement. s.l. : Les Editions de Minuit.
Gramsci, Antonio. 2011. Odio a los indiferentes. s.l. : Editorial Ariel.
Urbinati, Nadia. 2020. Pochi contro moltiIl conflitto politico nel XXI secolo. s.l. : Gius. Laterza & Figli Spa.