La batalla sobre la privacidad

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La constitución de los USA recoge el derecho a poseer armas. Al menos esa es la interpretación vigente. Ese derecho trae causa del derecho de los ciudadanos a protegerse, incluso por medios violentos, contra un gobierno tiránico. Para protegerse, violenta o no violentamente, los ciudadanos necesitan organizarse. Para organizarse necesitan comunicarse. Y deben poder hacerlo sin ser detectados, detenidos o eliminados por el gobierno tiránico.

A día de hoy, este derecho que siempre ha sido precario, está completamente comprometido. El epígrafe expansivo que se aplica es terrorismo. Y se aplica tanto fuera de las fronteras como dentro de ellas, como se ha podido comprobar en España, no solamente con el secesionismo catalán sino con otros movimientos de corte ecologista.   “Combatir el terrorismo”, es un comodín que ni siquiera distingue entre movimientos que recurren y movimientos que no recurren a la violencia. La consecuencia de ello será, que, si el coste es el mismo, la única diferencia será la eficacia. Y en ningún sitio está escrito que la no violencia sea más eficaz para conseguir objetivos políticos que la violencia, particularmente ante estados que recurren indiscriminadamente al uso de la violencia intimidatoria, previa a la violencia eliminatoria.

Ha habido revoluciones que recurrieron al uso de la violencia que triunfaron: otra no. Las dos más conocidas en Rusia y China, si bien hicieron uso de la violencia, lo hicieron de un modo muy diferente y las dos hubieron de superar una guerra civil. Mientras que la rusa triunfo y los centros urbanos y desde ahí organizó la resistencia hasta la victoria final en la guerra civil, la China creó un estado paralelo fuera de las ciudades y desde ahí conquistó los centros urbanos. Ambas tuvieron que hacer frente al apoyo exterior a los contra-revolucionarios. Otras se alzaron exitosas contra autoridades coloniales -i.e. Vietnam, Argelia- pese a la extraordinaria violencia teorizada y ejercida (Mus, 1952) (Fall, 2018) (Trinquier, 1981) (Demélas & Dory, 2021) por esas autoridades coloniales. A día de hoy todos los que participaron en ellas serían descritos como “terroristas”, una lección que los que a si mismos se llaman progres, prefieren no recordar. Terrorismo es un epíteto para ocultar, no para clarificar. La lucha anticolonial es inscribible en una historia de larga data de desafío a los gobiernos tiránicos y la violencia es indisociable de estos, así como de la defensa frente a los mismos.

Una de las claves en toda confrontación es el control del relato de quién combate, por qué y para qué. A los medios ya conocidos en el siglo xx, en el xxi se han añadido las redes sociales. Supuestamente las redes sociales presentarían una estructura en malla, más horizontal, frente a los medios convencionales -cine, periódicos, radios tv-. Esa afirmación es en gran medida imaginaria pues si bien resulta relativamente sencillo crear una cuenta o un canal, es extraordinariamente costoso hacerla crecer. Y el llamado en marketing crecimiento orgánico, palidece frente al crecimiento resultado de la inversión publicitaria. No obstante, hay, una miga de verdad en esa descripción de horizontalidad: las redes sociales hacen más fácil la conexión entre quienes desafían la autoridad. Pero más fácil lleva aparejado más vulnerable. Y esa es la cuestión clave que está en juego en la protección de la privacidad.

Hay otra dimensión relevante que tiene que ver con la globalización. La economía de red implica que, en ausencia de límites, la tendencia a la concentración a escala planetaria es imparable: muy pocas plataformas controlan el grueso de los mercados. Y como consecuencia de ello, las plataformas, de propiedad privada, acaban por completo oligarquizadas. Es cierto, que al final del día, las gentes del común siempre pueden adoptar una de las tres estrategias descritas por (Hirschman, 2004): la huida. Si una red deviene dominada por las inversiones que promueven una determinada visión y versión del mundo, las gentes del común pueden optar por salirse de ella, igual que pueden optar por cambiar de canal en la tele digital (medida nada eficaz porque el relato es básicamente el mismo en todos los canales) o terminar con la subscripción a cualesquiera canales. Nada puede hacerse, salvo contratar servicios de conexión privada, cuando se impone la censura. Es notorio y bastante rocambolesco, pero no imposible, como muestra una resolución de un juez del TS de Brasil, que se pretenda sancionar el uso de conexiones privadas (VPN) para acceder a cualesquiera contenidos, incluidos, redes, canales y páginas de información prohibidos en el país. Y es posible porque la censura se ha extendido por todo el imperio, no solo en Brasil, en clara violación de las declaraciones de derechos humanos, tanto de la ONU como de la UE, desde el momento en que se prohíbe a los ciudadanos de la UE acceder a medios de países respecto de los cuales no media declaración formal de guerra, y se persigue a ciudadanos de USA por publicar en medios de países, respecto de los cuales no existe tampoco declaración formal de guerra, pero han sido calificados como “eje del mal”, violando flagrantemente su propia constitución. El artilugio legal es el mismo inventado a propósito de los cárteles imaginarios de la droga, que como ha quedado palmariamente claro en Honduras, se activan a conveniencia: blanqueo de capitales y violación de sanciones.

Esto es lo que está en juego al final del día en la batalla por la privacidad en las comunicaciones. El trampantojo de la criminalidad -y siempre los voceros suelen hacer mención a crímenes que generan reacciones emocionales fuertes, i.e. violaciones y pornografía infantil, …- oculta el verdadero objetivo: no solo limitar la libertad de expresión, como ingenuamente se sostiene, sino impedir la organización. Evidentemente la libertad de expresión es fundamental para superar la ignorancia pluralista (Sargent & Newman, 2021), (Miller, 2023). Pero nunca se hace mención a este factor: se señala siempre que las redes son la causa de la radicalización, obviando que para que sucedan cascadas de radicalización son necesarias causas subyacentes, especialmente la violencia multiforme (Walby, 2012), sobre todo cuando se añade a situaciones de deprivación -en sí misma una forma de violencia-, incluso ambiental (Nixon, 2013) y la que resulta de las “buenas intenciones” (Shiva, 2016) que sufren muchas gentes del común, y que crea las condiciones necesarias, bien cierto que no suficientes, para la radicalización. Y contra los que muchos sostienen, la violencia “espontánea” es mucho menos prevalente de lo que quieren hacernos creer (Collins, 2009); la violencia políticamente relevante es la institucionalmente organizadas. Los ignorantes de esta realidad violenta lo son no porque ignoren la existencia de la violencia, sino porque asumen que hay un mejor tipo de violencia, la que les permite hacerse ricos (Palda, 2016); es por ello que los crímenes de los poderosos (Rothe, 2016) ocupan un lugar más bien marginal incluso en los manuales de criminología. El objetivo que se persigue con esos trampantojos es forzar espirales de silencio (Noelle-Neumann, 2003) (Donsbach, Salmon, & Tsfati, 2014) y el efecto de falso consenso (Mullen, y otros, 1985).

Lo que está en juego es la posibilidad de la creación de comunidades autónomas capaces de resistir las guerras cognitivas interiores (https://tiempodetormentas.com/opinion/analisis/psicologia-politica/eres-no-tienes-el-sexto-dominio/), en torno a una cultura propia (Hoggart, 2022) que eventualmente le permita construirse como alternativa política (Thompson, 2012).  La obsesión, por lo demás inconstitucional, que todos los estados -el español no es una excepción- por infiltrar operativos en esas comunidades -llamadas comunidades de activistas, la antesala de ser nombradas como terroristas-, es bien conocida (i.e. en España, en los últimos años, se han desenmascarado varios de esos operativos, pero seguramente eso no es más que la punta del iceberg). Tampoco es una obsesión nueva. Hay que recordar que el comisario Conesa -un personaje con rasgos notoriamente psicopáticos y sociopáticos – empezó su andadura como “revolucionario” o casi (Alcántara_Pérez, 2022).

Lo cierto es que los crímenes que pretenden combatirse como justificación para violar las comunicaciones, no se producen online: las violaciones de niños no tienen lugar en internet, si existen, no son virtuales, son físicos, implican cuerpos reales. Han existido siempre y han sido combatidas por medios de investigación criminal usuales. El tráfico de drogas -sin entrar, que podríamos en que son las drogas “ilegales” y quien las define como tales- tampoco se desarrollan online: requieren contenedores físicos, son sustancia física. Los únicos delitos que pueden ser genuinamente virtuales son los que tienen que ver con la moneda. Y esta es la segunda motivación relevante y en absoluto puede restringirse al blanqueo de capitales supuestamente procedente de tráfico ilícito, ni siquiera del fraude fiscal. Si no se controla el flujo internacional de moneda, una de las armas más importantes del imperio, las “sanciones económicas”, la primera o la segunda de la panoplia, junto con las fuerzas armadas, pierde toda su virtualidad. Esto es lo que está en juego en la guerra contra la privacidad de las comunicaciones.

La dimensión imperial es bastante simple de ver: una semana después de que Francia detuviera al CEO de Telegram, Korea del Sur aplica el mismo cuadernillo de cargas. Debe recordarse que Korea del Sur es, junto con Filipinas, el país más militarizado del mundo si se cuentan las bases imperiales. Y en los últimos años viene reorientando parte de su producción a las armas (con no excesivo éxito, por lo demás). Por otra parte, la “chulería” con la que propietario de X ha afrontado los ataques a la red en Brasil (donde fue suspendida el 31 de agosto de 2024 por una orden del tribunal supremo del 30, ratificada el 2 de septiembre) , muestra la hubris imperial de la que se cree investido.

En el pasado se argumentó, en la ilusión de que internet venía como promesa de libertad, que lo que inquietaba era la posible emergencia de relatos alternativos a los medios mainstream, a los periódicos, tv y radios, que durante todo el siglo xx ejercieron como oligopolio en la producción de “fake news” y la propaganda de guerra. Este temor se ha demostrado falso: las redes sociales son perfectamente manipulables con los recursos y los algoritmos adecuados. Da igual lo que escribas, si no estás organizado en comunidades no manipulables por algoritmos fuera de tu control, nadie lo va a ver ni escuchar. Este hecho y no la tecnología de “inteligencia artificial” capaz de generar imágenes falsas, es lo definitivo. Ciertamente esa tecnología de IA solo hace más fácil, simple e industrializable lo que ya se hacía por otros medios. Las imágenes hace mucho tiempo que dejaron de ser prueba de nada.

La privacidad sobre las comunicaciones electrónicas es la continuación de la batalla sobre la privacidad como garantía de un espacio no penetrable por el estado, donde puede emerger la divergencia, la creatividad y el cambio. Son distintos perros con el mismo collar los que tratan de eliminarla, los mismos collares que interceptaban las llamadas de teléfono y, antes, abrían las cartas. Son el mismo collar con distinto perro, porque los perros tienen una vida más limitada que los collares. Y estos se pueden adornar con distintas piedras preciosas y materiales nobles para parecer que son auténticas joyas. No lo son.

El problema es antiguo y ya fue mistificado con la definición a lo Habermas de la opinión pública, de una esfera pública donde la razón brilla en el contraste de argumentos. Esa opinión pública nunca existió salvo en la imaginación de este heredero de la llamada escuela de Frankfurt (varios de cuyos miembros, Adorno y Horkheimer entre ellos, trabajaron como operativos anticomunistas en los antecesores de la CIA y en los medios creados por esta durante la guerra fria[1]), y continuó comercializándose oculta bajo el la marca de un elixir llamado “teoría critica”, que cuenta todavía con muchos epígonos que reclaman para si alguna clase de superioridad moral (Rockhill, 2017) (Losurdo & Rockhill, 2024). No es posible analizar la batalla de la privacidad exclusivamente como una batalla sobre la libertad de expresión. Es mucho más que eso, es una batalla sobre la libertad de construcción de sujetos políticos. En esto, como en casi todo, los “progres”, sean o no adeptos a la teoría crítica o cualesquiera otras versiones de la moderna superioridad moral, particularmente las que dicen sumar, pero solo restan, yerran el punto fundamental.

Las gentes deberían reflexionar sobre como bajo diferentes ropajes, casi siempre defendiendo “justas causas con buenas intenciones” se ha permitido que los perros con el mismo collar entren en todos los rincones que una vez se consideraron privados, i.e. los dormitorios. Porque la privacidad no es divisible. No lo es.

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Notas

[1] https://thephilosophicalsalon.com/the-cia-the-frankfurt-schools-anti-communism/ (Acceso: 2022/08/01)

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Referencias

 

Alcántara_Pérez, P. (2022). La secreta de Franco. Barcelona: Espasa.

Collins, R. (2009). Violence. Princeton, N.J: Princeton University Press.

Demélas, M.-D., & Dory, D. (2021). Terrorisme et Contre Insurrection (texte inédit de Roger Trinquier). V.A. Éditions.

Donsbach, W., Salmon, C. T., & Tsfati, Y. (Edits.). (2014). The spiral of silence. Routledge,.

Fall, B. B. (2018). Street without joy Guilford, Connecticut: Stackpole Books.

Hirschman, A. O. (2004). Exit, voice, and loyalty. Cambridge, Mass.: Harvard Univ. Press.

Hoggart, R. (2022). Los usos del alfabetismo. Capitán Swing Libros, S. L.

Losurdo, D., & Rockhill, G. (2024). Western Marxism How It Was Born, How It Died, How It Can Be Reborn. Monthly Review Press.

Miller, D. T. (2023). A century of pluralistic ignorance: what we have learned about its origins, forms, and consequences. Frontiers in Social Psychology, 1. doi:10.3389/frsps.2023.1260896

Mullen, B., Atkins, J. L., Champion, D. S., Edwards, C., Hardy, D., Story, J. E., & Vanderklok, M. (1985). The false consensus effect: A meta-analysis of 115 hypothesis tests. Journal of Experimental Social Psychology, 21, 262–283. doi:10.1016/0022-1031(85)90020-4

Mus, P. (1952). Viet-Nam. Sociologie d’une guerre. Editions du Seuil.

Nixon, R. (2013). Slow violence and the environmentalism of the poor (First Harvard University Press paperback edition ed.). Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press.

Noelle-Neumann, E. (2003). La Espiral Del Silencio. Ediciones Paidos Iberica.

Palda, F. (2016). A Better Kind of Violence: The Chicago School of Political Economy, Public Choice, and the Quest for an Ultimate Theory of Power. LIGHTNING SOURCE INC.

Rockhill, G. (2017). Counter-History of the Present. Durham: Duke University Press.

Rothe, D. (2016). Crimes of the powerful. Routledge.

Sargent, R. H., & Newman, L. S. (2021). Pluralistic Ignorance Research in Psychology: A Scoping Review of Topic and Method Variation and Directions for Future Research. Review of General Psychology, 25, 163–184. doi:10.1177/1089268021995168

Shiva, V. (2016). The violence of the green revolution. Lexington: University Press of Kentucky.

Thompson, E. P. (2012). la formación de la clase obrera en Inglaterra. Capitan Swing.

Trinquier, R. (1981). La guerra moderna. Ediciones Cuatro Espadas.

Walby, S. (2012). Violence and society: Introduction to an emerging field of sociology. Current Sociology, 61, 95–111. doi:10.1177/0011392112456478

 

 

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