Recensión: Haslam, Jonathan. (2025). Hubris. The American Origins of Russia’s War Against Ukraine. Harvard University Press.
Ave María Purísima -Sin Pecado concebida – Padre confieso que he pecado. Más o menos de este modo debe empezar cualquier disertación sobre la guerra en Ucrania o sobre el genocidio en Palestina, si uno va exponer datos que contradicen el relato oficial impuesto por el régimen de guerra promovido desde las diversas instancias del imperio atlántico. Y debe precederlo o seguirlo de una condena moral, no del estado sionista, Israel, sino de los “terroristas” de Hamas si habla del genocidio. Si habla de Ucrania debe dejar claro que condena la “invasión no provocada” de Putin.
Un régimen de guerra se caracteriza entre otros definitorios, por el miedo (Robin, 2004) que conduce a la necesidad precautoria -justo antes de optar por el exilio- de ofrecer prueba de pureza moral, amén de transigir con la restricción o eliminación de libertades fundamentales (i.e. expresión, información, reunión, manifestación, …) en nombre de … la libertad, y estar de acuerdo con la austeridad, que como se ha mostrado (Mattei, 2022) empedró las vías que llevaron al fascismo y puede empedrarlas de nuevo a algo, no necesariamente mejor, como mal menor necesario para “asegurar la seguridad”, aumentado la potencia de fuego, aunque ello requiera que las gentes del común no solo pierdan (literalmente) sus dientes con la edad, lo cual es normal, sino que no puedan substituirlos por otros artificiales, simplemente porque no pueden pagarlos. Libertad fundamentalista, donde bajo la apariencia de estado de derecho y separación de poderes reina la justitocracia y el lawfare. Lugar y tiempo donde quien para unos es un combatiente por la libertad para otros es un terrorista. Y quienes provocan a otros, son víctimas. Y quienes se defienden de la agresión, son agresores.
Exactamente esto es lo que sucede con los relatos de las élites imperiales y las primeras periferias sobre la guerra en Ucrania: esta es una guerra no provocada, que únicamente responde al “revanchismo” y al “imperialismo” ruso. Que Rusia va sobrada de tierras -y con el calentamiento global, será, junto con Canadá, el país donde más crecerán las tierras arables (Albertus, 2025) (pese a los miles de hectáreas que sucumban bajo las aguas, debido a la desaparición del permafrost), que Rusia se haya resistido durante 8 años a las llamadas a la intervención en defensa de las poblaciones rusas del Donbass, y que población Rusa no va a crecer en los próximos decenios y no reclama “espacio vital”, hechos todos ellos incuestionables, es irrelevante.
Pequeños estados, los llamados bálticos, al parecer carentes de espacio vital -pese a que han perdido gran parte de su población- y sedientos de pureza de sangre, que con el visto bueno de la UE, y bajo la supuesta protección de la OTAN, han dejado en el limbo jurídico (privados de nacionalidad y bajo amenazas de expulsión, algunas de las cuales se han ejecutado) a una parte de su población, por el simple hecho de que son ruso hablantes (pese a que proceden de familias que llevan residiendo en esos mini estados -cuando ni lo eran ni imaginaban serlo, porque nunca lo habían sido- por décadas o cientos de años), han llegado, por la magia de la UE, a colocar a sus seudo élites racistas en sillas relevantes (no cabe decir al frente) de la UE, con una muy desafortunada su capacidad de influir en nuestro destino como europeos.
Si algo va a provocar una intervención rusa en esa zona báltica, no son las tierras ni sus gentes, sino precisamente la presión del imperio atlántico, encarnada en esas seudo elites, sobre la salida rusa al Báltico. Esta presión ha forzado a Rusia a rescatar la zona militar de Sant Petersburgo, encargada en su momento (según acreditan los documentos de despliegue militar soviético) de neutralizar, por cualquier medio, a Noruega, Suecia, Dinamarca y Finlandia. Esa zona militar había desaparecido con la autodisolución de la CCCP, pero ahora, una vez reinstalada está siendo poblada de misiles con carga nuclear. Y ha forzado a Rusia también a modernizar y hacer crecer la flota del Báltico, cuyos planes de inversión se han aprobado precisamente en abril de 2025. Si Пётр Великий se llama así, es precisamente porque aseguró para Rusia la salida al Báltico. Con las palabras ландкартное давление se conocían en idioma ruso los imperativos geoestratégicos, antes de que la palabra geoestrategia, ahora tan de moda, fuera puesta en circulación.
La guerra en Ucrania son varias guerras en una: (i) la guerra de las élites oligárquicas, “nacionalistas ucranianos”, que emergieron después del referéndum de independencia y las elecciones de de 1991, contra todos los que no encajaran en su relato de la nación homogénea ucraniana (Panchenko, 2024), es decir todos aquéllos que no se definan a si mismos como rusofóbicos, (ii) guerra civil ucraniana: la extrema derecha nacionalista contra todos lo demás; (iii) guerra del estado central de Kiev, dominado por nacionalistas de occidente de Ucrania, contra regiones de exclusiva habla rusa que declararon su independencia (Donbass) o trataron de hacerlo (Odesa)[i]; (iv) la guerra a través de un proxy, Ucrania, entre el centro del imperio, Usa, contra Rusia, con el objetivo de debilitarla, destruir su Estado y dividirla en mini estados, financiando para ellos a las oligarquías nacionalistas ucranianos y a la extrema derecha nacionalista; (v) la guerra para restablecer el declive económico global del imperio occidental, apropiándose de los ingentes recursos todavía existentes en suelo ucraniano (continuación, modernizada, de la Lebensraum que impulsó a los Nazis) y que se extenderá, en un próximo futuro, hacia el ártico; (vi) la guerra de clases, las guerra de las elites del imperio atlántico contra sus ciudadanos, para mantener su domino; (vii) la guerra moral, de relatos y de creencias, para tratar de convencer a las gentes del común que vivimos en el imperio atlántico, de que esas élites, incapaces y profundamente corruptas en todos los sentidos de este término, incluido el intelectual (Nuñez, 2022) ameritan seguir al mando porque tienen la solución a todos los problemas[ii]: la paz por medio de la guerra.
En otro lugar hemos traído a la atención de nuestros lectores algunas excelentes referencias que cuestionan, con abundancia de datos, el relato unidimensional del imperio atlántico: la guerra se debe al supuesto imperialismo ruso. Ahora, que el centro del imperio está tratando de buscar una salida a una guerra perdida, atribuyéndosela a la administración Biden, antes de que devenga también la guerra perdida de la administración Trump, y mientras la primera periferia, la UE, bracea en demanda de más sangre hasta que vuelva una administración imperial globalista (forzando la prolongación de la guerra durante otros cuatro años), el historiador británico Jonathan Haslam, un viejo conocido, con una historia interesante (no necesariamente completa, ni precisa ni ecuánime) sobre los servicios secretos soviéticos (Haslam, 2015), nos propone una lectura desde el mismo momento del final de la guerra fría, para mostrar, desde su perspectiva, que la guerra de Ucrania es una guerra provocada … por el imperio atlántico. Como lo fue la otra guerra en territorio europeo, la de Yugoeslavia, donde, además Alemania e incluso el Vaticano -que, pese a no mandar directamente ninguna división, apalancaba sobre las divisiones croatas- tuvieron una participación no suficientemente conocida.
El relato por el que nos conduce (Haslam, 2025) es ameno e informado. El autor, pese a dedicar la mayor parte de sus escritos a la URSS y Rusia, no es un rusófilo. Pese a haber pasado la mayor parte de su vida académica a los dos lados del imperio, no es de los que reconoce, no al menos explícitamente, que es nacional de un país, UK, que sirve el imperio de otros (haciendo “como si” pensaran que compartir algo del idioma hace propio el imperio de otros[iii]). La coartada del liberalismo democrático, le blinda ante tal reconocimiento. No es ecuánime en el lenguaje, de modo que, particularmente cuando habla de Putin y sus más próximos, incurre en descalificaciones propias de los fanáticos insulsos del liberalismo democrático imperial. Ese lenguaje, sin embargo, no lo usa cuando se refiere a los “lideres imperiales” primarios ni a los lideres imperiales subalternos e impostados, es decir, los británicos. Ni tampoco a los lideres de la primera periferia en la UE. Me habría gustado, que, en justa reciprocidad, por ejemplo, Boris Johnson, apareciera caracterizado como lo que siempre ha sido, es y será, un “scum”.
El interés del libro no reside ahí. Lo interesante es como aparecen descritas todas las “oportunidades perdidas” para un esquema de seguridad indivisible en Europa, después del fin de la guerra fría y como la pérdida de esas oportunidades es íntegramente atribuible al imperio atlántico, al centro y a su primera periferia. También es interesante para constatar que pese al lenguaje denigratorio usado cuando lo cita explícitamente, Putin aparece como lo que es, un jefe de estado con una estatura muy superior a todos los lideres del imperio atlántico con los que ha tenido que lidiar. Y es interesante también para seguir el lento y difícil proceso de aprendizaje por el que Putin ha pasado, hasta llegar a la conclusión que lidia con un imperio, el imperio atlántico, cuya única razón de estado, es la dominación global. Y cuyos lideres son unos fanáticos insulsos, incapaces de reconocer el supuesto “interés nacional” de los territorios donde han sido elegidos en “elecciones libres”.
Siguiendo las acciones de las distintas administraciones USA respecto a Rusia, desde el mismo momento del acceso, contra todo pronóstico, del “gris” Putin a la jefatura del centenario estado ruso, hasta la decisión de 2022 de lanzar la operación militar especial en Ucrania[iv] -por alguna razón fácilmente explicable el autor no respeta el nombre oficial ruso y prefiere, como dicta el imperio atlántico, hablar de invasión, pese a que desde ningún criterio militar cualifica como tal[v], lo que supone incurrir en una falta de rigor imperdonable-, la figura de Putin se alza imponente, incluso a pesar del autor, que como mucho llega a reconocerle que es un “actor racional”. Y la responsabilidad del imperio atlántico en provocar la guerra en Ucrania aparece tan nítida, como lo fue su participación directa en la de Yugoeslavia y en todas las demás. Ahí acaba el interés. Pero es suficiente, porque la riqueza de los detalles permite visualizar como funciona el poder en Washington, es decir, “en manos de quien estamos”. Y sinceramente, no parece que Trump esté ensuciando la foto, más bien, le está poniendo colores más vivos al contraste entre los relatos liberal-democráticos y el funcionamiento real del imperio atlántico. Sus conclusiones, fuera de esto, son notoriamente incorrectas[vi].
No sabemos ni cuándo ni cómo finalizará la guerra en Ucrania, salvo que no acabará como se ha contado en ninguno de los relatos promovidos por el imperio atlántico. Necesitarán un relato diferente, que por el momento no han conseguido construir, salvo lanzarse ciegamente en la promoción del miedo y la seguridad por la sangre, es decir, por la guerra. Las guerras pueden acabar de diferentes maneras (Reiter, 2009). Hasta el día de hoy, la propuesta más inteligente que he escuchado es la que propone Tuomas Malinen, basada en la experiencia de la capitulación finlandesa en la segunda guerra mundial.
Termine como termine, y aunque me desvía un poco del tema, quiero hacerme eco de una reciente publicación firmada por una jueza alemana (von Dewitz, 2025) que propone la creación de una “Comisión de la Verdad y la Reconciliación” para Ucrania, destilada a partir de su estudio de varios procesos de pacificación, particularmente del caso sudafricano. Si bien no comparto en absoluto su pretensión de internacionalidad, de la cual parece que nadie en los estados vasallos imperiales es capaz de distanciarse, pese a la evidencia demostrada de corrupción -digo bien, corrupción- del Tribunal Penal Internacional, sí encuentro interesante la siguiente reflexión: lo que quede de Ucrania, si queda algo, necesitará de una “Comisión de la Reconciliación”, una vez que los sátrapas de Kiev sean llevados ante un Tribunal Especial -muchos de ellos lo serán en ausencia-, para dar cuenta de cómo, en razón de su codicia y de su entrega a intereses “alien” para saciar aquélla, y eventualmente, de su “miedo privativo”, han destruido el país y sus gentes, pese a que tuvieron la oportunidad de evitarlo. Otros operativos del imperio atlántico -algunos muy conocidos como Victoria Nuland y otros menos conocidos, pero imprescindibles- que durante años “alimentaron la bestia” también deberían pasar por la Comisión de la verdad y la reconciliación, pero es improbable, salvo colapso súbito del imperio atlántico. Y aunque los imperios a veces colapsan súbitamente, no es un evento frecuente, con una esperanza matemática suficiente como para que uno pueda aspirar a vivirlo personalmente.
Con independencia de ello, debo decir, que si me invitan a formar parte de esa “Comisión de Reconciliación” estoy a disposición. Se demasiado de injusticia penal y no menos de justicia restaurativa. Y aunque aún no he publicado sobre ello, más pronto que tarde, comenzaré a hacerlo, empezando con algunas ideas radicales, a propósito de justitocracia y lawfare, ordenadas a superar el orden liberal y recuperar, al menos parcialmente, la justicia restaurativa que informó a muchas comunidades preliberales y cuyos trazos todavía se pueden encontrar en algunas comunidades, particularmente en África.
Notas
[i] Se ha propuesta una explicación interesante de las causas de la diferencia en el éxito/fracaso de la insurrección entre el Донбасс и Новороссия, a partir de diferencias en las composiciones de las élites locales (Platonova, 2022).
[ii] Lo correcto sería decir que tienen un problema para cada solución, toda vez que su objetivo es únicamente prevenir su derrocamiento. Puede ser una simple casualidad, que, como regla general, suelo asumir solo temporalmente, en tanto que indicación de ignorancia que nos compele a ser substituida por una mejor explicación causal (llámenlo paranoia o, si disfrutan con el teatro del absurdo, “construcción de teorías de la conspiración”), pero por primera vez en décadas, han aparecido dos estudios sobre las guerras campesinas en territorio alemán (Drummond, 2024), (Roper, 2025) . Recuérdese que durante el período de entreguerras esa parte de la historia de Alemania también suscitaba mucho interés.
La ingente cantidad de recursos que el imperio atlántico dedica a imaginar, construir e implementar conspiraciones en todo el globo ha alcanzado el nivel más alto de toda la historia conocida. Las diferencias de escala respecto a cualquier otro momento histórico, i.e. a Richelieu y el extraordinario José de Tremblay (Padre José) (Huxley, 1979), hace que el riesgo (la probabilidad) de incurrir en falsos positivos, que siempre ha sido próximo a cero, cuando se intentan conectar los puntos en los que se despliega la razón de estado (una de cuyas manifestaciones modernas, más sofisticadas, es la “seguridad”, no para hacer posible la libertad sino para todo los contrario), es muy baja. Alemania es, seguramente, el lugar de Europa, donde las guerras de los tipos (iii), (iv), (v) y (vi) son más evidentes, en sus efectos, pese a todos los relatos para ocultarlas y/o distorsionarlas. Seguramente eso explica no solo el interés inopinado en las “revoluciones campesinas” sino que, en ese país, Alemania, el libro escrito por Patrik Baab, mostrando la guerra de Ucrania, desde el este y desde el oeste, sea, también, contra todo pronóstico, un superventas.
[iii] Recuerdo un colega de trabajo que me reportaba (he olvidado el nombre), británico de Londres, que me hizo saber, escandalizado, que un texto que había enviado desde nuestra división a un colega de la misma multinacional, en New York, fue criticado por estar escrito en un “mal inglés”. El inglés de London, similar en todo al de la BBC, muy distinto, como hube de descubrir por mi mismo por ensayo y error, notoriamente diferente al de Carlisle, para un neoyorkino era un “mal inglés”.
[iv] El autor se hace eco de la incorrecta información de inteligencia en la que Putin basó su decisión, lo cual es esencialmente correcto. Sergei Beseda, responsable entonces del Departamento 5, pese a haber incrementado el personal de 30 personas en 2019 a 160 en 2021, no alcanzó a visualizar hasta donde (i) el estado ucraniano estaba penetrado por las huestes imperiales, en todos los servicios, incluidos la inteligencia y el ejército, (ii) hasta donde esas huestes imperiales apalancaban sobre los sectores escuadristas de la extrema derecha, minoritarios, pero listos para el ejercicio de la violencia contra opositores, (iii) hasta donde los medios de comunicación estaban igualmente penetrados y financiados por el imperio atlántico (como sabemos ahora a propósito de USAID). Las causas de esa deficiencia de la inteligencia son muchas y no se conocerán en detalle en muchos años, i.e. (i) falta de continuidad en la formación debido al “vacío” posterior a la desaparición de la CCCP, (ii) contaminación por las “promesas” de la “libertad imperial” que dificultan a los operativos jóvenes apreciar correctamente la panoplia renovada, y su manejo, por el imperio atlántico después de “cese formal”, que no real, de la guerra fría, (iii) exceso de confianza de los “aliados” interiores (algunos de los cuales acabaron en la cárcel y debieron ser rescatados en intercambios de prisioneros) en su propia capacidad de influir. Reducir, como hace el autor, el problema a “falsear la información para complacer al líder autócrata” es un tropo habitual en el discurso liberal imperial, cuando se lanzan por la pendiente resbaladiza de oponer liberalismo-autocracia. Es un “déjà vu” del argumento usado contra Stalin, cuya ausencia absoluta de evidencia histórica, está a disposición de cualquiera que se haya ocupado de estudiarlo. Ese relato suele acompañarse de epítetos descalificadores del personaje Stalin, para acabar concluyendo, en contradicción con la primera parte del sintagma, que, también, era “un actor racional”. Los prejuicios británicos, y por su conducto de las élites imperiales y sus sátrapas, son de cartón piedra, pero como los Belenes de El Corte Inglés, se reconstruyen cada Navidad, idénticos a sí mismos y con la misma falta de gusto.
[v] Como ya he señalado, en algún otro, lugar a propósito de un “speech” de un profesor de mi universidad, supuesto experto en asuntos militares, del que recuerdo su acento sevillano, pero no su nombre.
[vi] En alguna entrevista parece algo más consciente de la “malaise” imperial y de como de ridículas son las pretenciosas intervenciones, aquí y allá, de sus paisanos isleños.
Referencias
Albertus, M. (2025). Land Power Who Has It, Who Doesn’t, and How That Determines the Fate of Societies. Basic Books.
Drummond, A. (2024). The dreadful history and judgement of God on Thomas Müntzer. London: Verso.
Haslam, J. (2015). Near and distant neighbours. Oxford: Oxford University Press.
Haslam, J. (2025). Hubris The American Origins of Russia’s War Against Ukraine. Harvard University Press.
Huxley, A. (1979). Eminencia Gris. Edhasa.
Mattei, C. E. (2022). Capital Order: How Economists Invented Austerity and Paved the Way to Fascism. University of Chicago Press.
Nuñez, M. (2022). Corrupción: ampliando el alcance. Corruption: Expanding the reach. Tendencias Sociales. Revista de Sociología, 8, 5-36. doi:https://doi.org/10.5944/ts.2022.34258
Panchenko, D. (2024). The Invevitable. The Shocking Truth Behind the War in Ukraine. Arktos.
Platonova, D. (2022). The Donbas Conflict in Ukraine. Elites, Protest and Partition. Routledge.
Reiter, D. (2009). How wars end. Princeton University Press.
Robin, C. (2004). Fear. Oxford: Oxford University Press.
Roper, L. (2025). Summer of Fire and Blood The German Peasants’ War. Basic Books.
von Dewitz, C. (2025). A Peace Commission for the Russia-Ukraine Conflict. Vestend Verlag.