Eres, no tienes. El sexto dominio

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El dualismo mente-cuerpo, aunque completamente desacreditado por la neurociencia moderna tiene una larga tradición en filosofía, alcanzando su manifestación más depurada con Descartes. La necesidad de mantener la ficción de la libertad y la autonomía de los humanos, entre otras cosas para hacerlos responsables no solo de sus actos antisociales sino de su propia (mala) suerte, es tan potente, que ha contaminado la posibilidad del conocimiento biológico y conocimiento social.

Al conocimiento social lo ha lastrado dificultando reconocer que todas y cada una de las acciones humanas se realizan en contexto social y que los resultados de esas acciones están radicalmente condicionados por esos contextos sociales. Justificar las diferencias de riqueza implica prescindir de esos contextos, para atribuirlos a la “inteligencia o capacidad” individual diferencial. Incluso aunque esa diferencia sea justamente una superior capacidad depredadora sobre los semejantes, argumento en gran medida “maldito” porque ha formado parte de la panoplia antisemita. Afortunadamente no es necesario invocar este argumento como causa, no es necesario atribuir la superior concentración de riqueza a sus habilidades depredadoras, aunque si como consecuencia: es evidente que la riqueza es depredadora y como tal debe ser controlada (o erradicada) antes de que destruya la vida de la sociedad de la que se extrae (Malleson, 2023)[1] (Williams, 2024). El argumento moral contra la riqueza puede fácilmente reelaborarse en términos utilitaristas, consecuenciales, al igual que sucede con la pena de muerte y con otros delirios del populismo penal, i.e. el llamado endurecimiento de las penas, la generalización y extensión de las penas de cárcel. En efecto el populismo penal no solo es moralmente cuestionable en sí mismo, sino que no tiene efectos de reducción de la violencia delictiva, al contrario, la exacerba. La sed de venganza, al final de la cual solo hay vacío, queda satisfecha, pero los costes sociales crecen. Y crecen no solamente los directos -mantener cárceles es un dispendio de fondos públicos-, sino también los indirectos, i.e. la desaparición del sentido de la responsabilidad con uno mismo y con la sociedad en la que vive, al desarrollar hábitos de absoluta pasividad (Claudel, 2002).

Al conocimiento biológico lo ha lastrado contribuyendo a crear la ilusión de que el cerebro, donde finalmente acabó por radicarse el “alma”, es un órgano completamente aislado del resto del cuerpo. Este prejuicio ha impedido tomar nota de lo que es cada día más evidente: los diferentes contaminantes, micro plásticos incluidos, se alojan en diferentes partes del cuerpo, entre las cuales se encuentra el cerebro, y al igual que pueden actuar por ejemplo como disruptores endocrinos y afectar al sexo, pueden alojarse en el cerebro y actuar como disruptores neuronales[2]. Y como no podía ser de otra manera, este prejuicio ha lastrado completamente las investigaciones y las terapias sobre las llamadas enfermedades mentales, a las cuales aún hoy es posible encontrar atribución de “incorporeidad”.  Esa atribución suele confundir los argumentos. Es incontestable que el entorno social, la calidad de las relaciones con otros humanos y, eventualmente con otros animales (i.e. mascotas), afecta a la vida del “espíritu”, afecta al bienestar físico y su correlato emocional.  Esto explica que la prevalencia de “afecciones del espíritu” y, eventualmente, de enfermedades mentales corre paralela a la degradación de la calidad de las relaciones sociales, particularmente, pero no solo, al crecimiento de la inestabilidad económica (que sigue de cerca el crecimiento de la desigualdad).  Pero si esa es la causa final, solamente puede actuar a través de alteraciones físicas, de causas inmediatas con base química. Y esas alteraciones no necesaria ni fundamentalmente se producen dentro del cerebro. Esto es cada vez más evidente cuando se constata que algunos de los neurotransmisores no son producidos en el cerebro, sino en otras partes del cuerpo y “migran” desde ellas al cerebro. Las incipientes investigaciones sobre el microbiota muestran parte de esas conexiones. Además, no hace demasiado tiempo se han encontrado nuevas puertas entre el cerebro y el resto del cuerpo, de las que no se tenía noticia, que abundan en la idea de que en absoluto el cerebro está aislado del resto del cuerpo. Esa imagen de separación está escrita en la misma clave en la que los poderosos siempre se han visto a si mismos: por encima, separados e independientes del resto. Las élites que no contribuyen al mantenimiento de las infraestructuras sociales, de las que disfrutan desproporcionadamente, imaginan que se alimentan de capital que se valoriza a si mismos y promueven agendas políticas secesionistas.

Así pues, podemos concluir sin mucho miedo a equivocarnos que si bien podemos asumir de la conciencia es una propiedad emergente, resultado de conexiones neuronales, no es autónoma ni independiente de su base físico-química. Y esto nos conduce a dar por hecho que cualesquiera condiciones ambientales en las cuales vive el animal humano, van a afectar a su funcionamiento cerebral. Y aunque el cerebro continue funcionando dentro de unos rangos, sufrirá alteraciones. Esto es evidente con el calor. Los efectos de este se han documentado epidemiológica o experimentalmente en múltiples dimensiones, tanto en humanos como en otros animales (Aldern, 2024). Afecta a la toma de decisiones judiciales, conduciendo a los jueces a mayor proporción de decisiones contrarias a las personas sometidas a juicio o que piden protección de sus derechos (Heyes & Saberian, 2019); es importante notar que la relación observada en este estudio -un incremento del 6,5% en decisiones negativas- correlaciona con la temperatura exterior al lugar donde se delibera, con independencia de que los funcionarios estén en temperatura controlada. Test de desempeño educativo realizados en días con temperaturas superiores a 32ºC, cuando se comparan con idénticos test realizados en días con 22-24°C, conduce a una reducción de 0.066 desviaciones estándar en las puntuaciones, lo que equivale a 0.23 días de educación. El efecto es mayor entre personas de más edad y/o con menor nivel educativo (Zhang, Chen, & Zhang, 2024). Pero el efecto desaparece o se reduce en zonas con temperaturas promedio más altas y si el test se realiza en entornos con aire acondicionado[3]. El ratio de aprendizaje se reduce en proporción al número de días con altas temperaturas, supuestamente incluso cuando se controla por variables socioeconómicas (Park, Behrer, & Goodman, 2020). El incremento de las temperaturas aumenta la prevalencia de los discursos de odio (Stechemesser, Levermann, & Wenz, 2022), aumenta la prevalencia de la violencia de género, especialmente contra las mujeres pobres (Nguyen, 2023). El incremento de la temperatura aumenta la probabilidad de suicidios, especialmente en los países con mayor nivel de renta: el incremento del risk ratio de suicido es de 1,09, para un incremento de 7,1 ºC. Este efecto se añade al de los contaminantes atmosféricos, pues también se apreció correlación del aumento de la probabilidad de suicidios con incrementos en los niveles de ciertos de contaminantes atmosféricos (Heo, Lee, & Bell, 2021). Las conductas agresivas al volante aumentan con la temperatura (Kenrick & MacFarlane, 1986), así como las conductas agresivas en el deporte (Craig, Overbeek, Condon, & Rinaldo, 2016), (Larrick, Timmerman, Carton, & Abrevaya, 2011). Igualmente se ha reunido evidencia de la relación entre incremento de la temperatura y prevalencia de enfermedades mentales, al menos como desencadenante (Sisodiya, y otros, 2024), (Basu, Gavin, Pearson, Ebisu, & Malig, 2017), (Bundo, y otros, 2021), (Buizza, Carratore, & Bongioanni, 2022), (Zhang, Chen, & Zhang, Temperature and Low-Stakes CognitivePerformance, 2023), efecto quizás mediado porque el incremento de la temperatura parece que puede modificar la estructura cerebral y la comunicación neuronal (Qian, y otros, 2013), (Qian, y otros, 2014), (Ruszkiewicz, y otros, 2019), (Roggatz, y otros, 2022), (Puthota, y otros, 2022), (Nomura, y otros, 2022), (Han, y otros, 2018). Esta somera evidencia empírica experimental, que forma parte de un campo de investigación en expansión (Berman, Kardan, Kotabe, Nusbaum, & London, 2019), aparte de mostrar con claridad que el alma alojada en el cerebro no es inmune al ambiente, simplemente nos recuerda los problemas epidemiológicos a los que habrán de enfrentarse las sociedades que se ubican en las zonas templadas como consecuencia de las cada vez más frecuentes y extremas olas de calor.

Pero en una perspectiva de más recorrido nos inserta en una vieja propuesta explicativa eurocéntrica. Desde antiguo se predicaba una supuesta relación entre el clima, el carácter de las personas y las sociedades que estas eran capaces de crear, en este orden. Casi siempre para afirmar que el clima donde se ubicaban quienes esto dejaban por escrito, normalmente en zonas templadas europeas, creaba los mejores caracteres y, por tanto, las sociedades superiores. Los de zonas frías sufrían unas deficiencias, los de zonas calientes, otras: solo nosotros, i.e. lo griegos, los romanos, los franceses que dejaron los escritos, estaban en el justo medio. Por ejemplo, los británicos, desarrollaron su particular versión del mito, primero para denigrar a los pueblos del sur de Europa, muy particularmente a los ibéricos, y después a todos los habitantes de zonas cálidas de Asia, cuyos territorios expoliaron. Pero como nos cuenta con cierta ironía en El camino a Wigan Pier, no llevaron el mito al extremo de afirmar la superioridad de los esquimales sobre todo el resto de los pueblos del globo. Y ello a pesar de que la descripción de las condiciones de vida de los mineros de las islas después de la primera guerra mundial, cuando Inglaterra dejó de ser rica, no demasiado tienen que envidiar a las condiciones de vida en las lejanas colonias penitenciarias de Siberia, que tan magistralmente describió  Антон Павлович Чехов en La isla de Sajalín.

Uno de los popularizadores de estas teorías, en absoluto su autor, fue un obscuro funcionario judicial de provincias, al cual se atribuye también la teoría de la separación (que no división) de poderes, de la cual tampoco fue el autor, así como otra teoría sobre la “douceur du commerce, le doux commerce”. Estamos hablando, por supuesto, de un tal Montesquieu, cuyo compromiso no era, como se acostumbra a decir, con la “libertad”; lo que realmente defendía con esa teoría de la separación de poderes era su espacio de decisión judicial. Pecado original que ha conducido a las versiones extremas del liberalismo, empeñado no tanto en el sometimiento de los poderes a la ley, como en el sometimiento de los poderes a los funcionarios judiciales convenientemente amaestrados. Con las consecuencias que hoy vemos en todo el imperio, España incluida: justitocracia a discreción. Pero de eso nos ocuparemos en otro lugar. Fueron los revolucionarios jacobinos, no Montesquieu, quienes defendieron el sometimiento de los poderes a la ley. De todos los poderes, el ejecutivo y el judicial, al poder que hace la ley, impropiamente llamado poder legislativo, es decir, el pueblo constituido en Asamblea, dictando leyes, a las cuales todos, funcionarios y ciudadanos, habrán de someterse. Y son los ciudadanos que se dictan las leyes quienes las interpretan. Los funcionarios, particularmente los judiciales, no interpretan, deciden cual interpretación de los ciudadanos es acorde a la ley. El matiz es fundamental. Y los funcionarios jueces gustan de ocultarlo y dicen de sí mismos que son ellos quienes interpretan las leyes. Interpretar aquí viene a ser lo mismo que crear. Y la creación es propia del pueblo en asamblea; por tanto, cualquier duda de interpretación de la ley le corresponde al poder legislativo, al pueblo constituido en asamblea. Que se haya o no se haya dotado de instituciones para asegurar esa interpretación, que es lo mismo que aplicación, es otra cuestión. Las tuvo durante la revolución francesa, las reclamó de nuevo en las diversas revoluciones que se sucedieron y desde entonces las ha ido perdiendo.

El incremento de las temperaturas, como hemos visto, tiene capacidad de afectar al funcionamiento del cerebro y eventualmente, aparte de la relevancia epidemiológica, tendrá relevancia política. El sentido de esa relevancia está por determinar. Qué el incremento de la temperatura mata lo sabemos, y lo sabemos desde hace tiempo (Klinenberg, 2015); y que mata diferencialmente más a los más pobres, al igual que la contaminación (Nixon, 2013), lo sabemos también (Salesse, 2024) -solo hay que salir y ver a gentes trabajando en las calles y en las obras con más de 40 grados-. Que la mayor parte, por no decir todas, de las políticas orientadas, supuestamente a reducir el llamado “cambio climático” son ineficaces lo sabemos (aunque algunos acaban de descubrirlo) (Stechemesser, y otros, 2024). Por eso no es extraño que como acaba de recoger un reciente informe de una de esas ONGs, cuyo sujeto político desconozco, la respuesta de las democracias imperiales a las protestas climáticas en su seno, es el estado penal[4].  Y por esa misma razón, las medidas paliativas que algunos proponen, i.e. construir palacios para el pueblo (Klinenberg, 2018), lugares donde las gentes se puedan proteger al menos en los picos extremos de calor, son altamente improbables. Hasta el día de hoy, los únicos palacios para el pueblo de los que tengo noticia, son los andenes del metro de Moscú, construidos por la URSS. Dado que esa entidad hace tiempo que ha desaparecido y según trata de convencernos el viejo embajador Matlock, la doctrina Brezhnev ha cambiado de bando[5], desde el momento que he podido comparar el metro de Moscu con el de New York, he devenido escéptico sobre la capacidad del imperio para construir palacios para el pueblo.

Algunos informes (https://climate.copernicus.eu/ESOTC) dicen que el calentamiento en las zonas templadas de Europa Occidental será más rápido, incluso el doble de rápido que en otras zonas del mundo. Si esto fuera así, el incremento en el consumo de energía para “defenderse” de ese calentamiento será aún más rápido y las desigualdades relacionadas con la distribución de ese consumo, crecerán aún más deprisa. Y, a la vista de ello, se entiende poco o nada la política energética de la UE, o mejor la ausencia de política energética alguna. A día de hoy las obras para la adaptación de las ciudades a ese inmediato futuro, incluidas las de la vieja Europa, ni están ni se las espera. A escala planetaria, en muy pocos años, el 80% de la población planetaria se concentrará en las ciudades. Soluciones como la renta universal (Bidadanure, 2019), aparte de que no parece que vamos a generalizarse, no tocan la cuestión. Las fracturas sociales se van, como consecuencia de todo ello, a acelerar. Y con ellas, las revueltas.

Las viejas respuestas no sirven. Ni las que nos proponía el zoroastrismo, ni la ekpyrosis en versión griega o en versión estoica romana. Aunque percibamos intelectualmente la catástrofe como global, sus manifestaciones serán locales. Y en muchos lugares, aunque apenas nos demos cuenta, los dos equinoccios no se sucederán como la hacían. Como nos pasa con todos los fenómenos que siguen progresiones geométricas, donde al principio el proceso es lento, pero rápidamente se acelera, apenas somos capaces de guardar memoria de los cambios. La transición energética, como ya hemos dicho no sucederá, (https://tiempodetormentas.com/cultura/libros/la-transicion-energetica-no-sucedera/), pero las élites parecen empeñadas en convencernos de lo contrario, al tiempo que van colando soluciones que no son tales, i.e. el coche eléctrico, si bien harán posible que algunos defiendan sus fuentes de apropiación.

Las supuestas políticas contra el calentamiento climático no son tales. Personalmente, como otros millones de personas, la única solución individual que visualizo es la migración hacia el norte. Hay otras soluciones colectivas, pero están por construir, e implican destruir. Por el momento los únicos que parecen haber aprendido las lecciones de Gramsci no son precisamente las gentes del común (d’Eramo, 2022). Puede que no quieras ir a la guerra, pero desafortunadamente, con más frecuencia que menos, ni elegimos las guerras que hemos de librar, ni por supuesto podemos anticipar las derrotas. Por la misma razón tampoco las victorias son previsibles. Como las soluciones individuales no son accesibles más que algunas, pocas, personas, podemos concluir que estamos entrando en un escenario de guerra generalizada, pero aún no declarada, donde las identidades de raza, color o religión son uno de los vectores de articulación, pero en absoluto la causa. Es por ello, como ya hemos previsto en otro lugar (Nuñez, 2022) que las revueltas y los conflictos locales serán más y más frecuentes, tendencia que se ilustra en el Gráfico 1.

Gráfico 1: Evolución del número de conflictos cinéticos (violentos)
Fuente: https://ucdp.uu.se/ (Acceso: 2024/09/03)

 

Desde siempre las élites han organizado el espacio a su conveniencia. Si observamos el modo como se construían las ciudades antes de la creación de tuberías para canalizar las heces humanas (y aun se siguen construyendo, sobre todo donde esas tuberías no están generalizadas), los más ricos ocupaban siempre los lugares más altos. Los monasterios ocupan lugares altos y no, no es, para estar más cerca de dios: razones de protección frente a campesinos airados, tentados de destruir tanto al señor eclesiástico como al noble (como efectivamente sucedió, por ejemplo, con el monasterio de San Pedro de Montes en el berciano Valle del Silencio) y razones de protección frente a los propios excrementos explican esta pasión por las alturas. A los más feos y deformes se les hacía responsables de la gestión de los desechos y la higiene de los tubos y trampillas, como capturó Eco en el Nombre de la Rosa. Solo desde las alturas se puede filosofar, como hacia Hegel. Aparte de por las riadas, por esta razón recomendaba La Rochefoucauld no instalarse cerca de un rio. Incluso en 2024 no es recomendable bañarse en el rio Sena, salvo riesgo de vérselas con la bacteria Escherichia coli (entre otras), como se ha demostrado en los juegos olímpicos.  A esto hay que añadir una dimensión nueva: mientras que los romanos pudientes defecaban juntos y platicaban mientras lo hacían, en el mundo moderno, este acto se ha vuelto privado. El consumo es tanto público como privado, pero la expulsión de los residuos, especialmente heces, es privada (Anderson, 2024). Y mientras en la granja campesina, las heces humanas eran, como las del resto de los animales de granja, recicladas, la agricultura moderna ha perdido cualquier capacidad de reciclaje. La penetración del capital financiero en el control de la tierra ha llevado a una nueva dimensión la contaminación, no ya solo en las explotaciones mineras, sino directamente con las explotaciones agrarias, en lo que quedaba “virgen” en el sur, i.e. Brasil[6]. La contaminación a gran escala es parte del colonialismo moderno (Liboiron, 2021). Y sus efectos destructivos volverán a escala planetaria, aparte de la destrucción de lo poco que queda de los hábitats indígenas. Esto es parte (que no veían) de lo que los tecnólogos futuristas llamaban “dominio de la naturaleza”, que más cabria reformular como “naturaleza del dominio”. La lógica es la misma lógica desde hace 500 años, pero cada vez más acelerada.

En la ciudad moderna los residuos, incluidas las heces humanas, se acumulan, contaminados con toda clase de componentes químicos, de modo que a su peligrosidad natural añaden peligrosidad artificial. Es difícil atribuir un valor positivo a todo este proceso. Pero es la modernidad. Y paradójicamente si bien en el mundo moderno el valor se ha privatizado, la basura, al final, deviene un “bien público” (Thompson, 2017), cuyos costes nadie quiere asumir (O′Neill, 2019), (Liboiron, 2022). Esto se hace evidente cuando observamos como los países más ricos llenan África de residuos, particularmente electrónicos, con frecuencia bajo el epígrafe “donaciones” de equipos (inservibles) y que pese a el supuesto valor que encierran (i.e. materiales raros) no son correctamente reciclados.  Según el United Nations Institute for Training and Research (UNITR), de los 5.1 millones de toneladas embarcadas a terceros países en 2022, 3.3 acaban en países pobres. Y de acuerdo con el United Nations’ Environment Program (UNEP), 100,000 computadoras personales usadas llegan cada mes al puerto de Lagos en Nigeria. Se estima que entre el 16 y el 38% de Waste Electrical and Electronic Equipment (WEEE) de la UE y el 80% en USA se envía legal o ilegalmente a terceros países, particularmente a África.  Y allí contaminan todo, el aire, las aguas, las tierras. Y a las personas, particularmente a los niños y las mujeres.

La modernidad de un país se mide por cómo se libera de esos residuos, incluso aunque sea con mentiras de “reciclado”, como es público y notorio que sucede en España con Ecoembes, un verdadero cartel que nada tiene que envidiar a los negocios neoyorkinos de la mafia[7] con las gabarras de la basura, i.e. la operación Wasteland. Y la potencia económica de un país se muestra cuando deja de importar residuos, como ha sucedido recientemente con China (pero no con la India, que sigue activa en el mercado de la importación). Otra de las indicaciones de modernidad, es el uso de tecnología eléctrica basada en baterías, cuya ecuación en términos de contaminación es negativa, pero eso sí, deslocalizada. Sigue el mismo patrón del resto de la basura: contaminar fuera de la UE y USA en la producción minera, expulsar la batería usada al exterior del territorio.

Todo esto, unido al calentamiento global, define un escenario de creciente conflictividad. Contra lo que gustan de decir algunos, las peleas serán por lo básico: energía, agua y comida. Y tendrán lugar en los clásicos escenarios en los que, tradicionalmente se han librado los conflictos cinéticos, tierra, agua y aire, a los cuales en siglo xx se han añadido el espacio (exterior a la guerra convencional con aviones) y el cyberespacio. A estos cinco dominios, se ha añadido otro, el cognitivo. Esto es sintomático de que hemos entrado en un régimen de guerra, pues el target objetivo, pese a lo que se declare en los documentos, no es ni solo ni tanto el enemigo exterior, como el enemigo interior. Liberalilotas y progres varios hacen como si no se hubieran enterado.

Las guerras cognitivas las define la NATO como el sexto dominio de la guerra: “Cognitive Warfare” is the convergence of “Cyber-Psychology,” “Weaponization of Neurosciences,” and “Cyber-Influence” for a provoked alteration of the perception of the world and its rational analysis in the military, politicians, and other actors and decision makers, for the purpose of altering their decision or action, for a strategic superiority at all levels of tactical intervention concerning individual or collective natural intelligence, as well as artificial or augmented intelligence in hybrid systems” (Claverie & Cluzel, 2022). Que se entiende por superioridad cognitiva ha sido definida en (Hartley, 2021).

Parafraseado en otros términos, estamos con todas las armas de influencia y engaño anteriores (i.e. operaciones psicológicas) a las que se añade la dimensión neuro y la dimensión cyber. Y las operaciones de influencia y engaño, aunque son tanto más eficaces cuanto que afecten a los decisores, van dirigidas a todos, es decir, también a las gentes del común. Eso se prueba al analizar lo que ha sucedido y, todavía a algunos lugares sigue sucediendo, con las llamadas revoluciones de colores: si las revueltas se consideran genuinas y espontáneas acciones de protesta, las gentes del común las “abrazarán” como tales y no se prevendrán y gestionaran del mismo modo que si se conoce el esquema con el que se promueven y operan y se han desarrollado mecanismos para combatirlas, incluida la declaración de agentes extranjeros de las élites locales que las promueven. Porque esas élites locales reciben financiación extranjera, con frecuencia en nombre de la “libertad”, pero operan como ONGs sin sujeto político real, solo simulado (Fong & Naschek, 2021) y son gestionadas con criterios de PSYOP (Goldstein & Findley, 1996). Es por tanto lógico que allí, como el Sahel, donde confluye imperialismo luchando por los recursos locales y efectos del calentamiento global[8], se coordinen “espontáneamente” los discursos llenos de bondad de las ONGS, donde las violaciones de los derechos humanos siempre las cometen los otros, y las operaciones militares (Mann, 2015), (Keenan, 2013).  Y usan para ello cualesquiera recursos, incluidos la creación y difusión de información falsa, “bulos” y rumores (Knopf, 2017), capaces de escalar a niveles de difusión nunca vistos, a través de las mallas de las redes sociales que, en base a algoritmos de personalización (parte del llamado “machine driven communications” -MADCOM-), convierten en cotidiano, lo que la película Wag the Dog mostraba como excepcional, de modo que la realidad y la ficción dejen de ser discernibles. En los procesos de toma de decisiones, en el llamado “OODA loop (Observe, Orientate, Decide & Act), la alteración de la orientación, aunque todo lo demás permanezca estable, puede conducir a los agentes a jugar el juego equivocado. Esto afecta por supuesto tanto a decisores de alto nivel como a simples electores, como muestran, por ejemplo, las elecciones que llevaron a Mile a la presidencia de ese país imaginario llamada Argentina.

En el momentum de estado de guerra no declarada en el que viven las sociedades, tanto las sometidas como las enfrentadas al imperio, se están eliminando rápidamente los límites entre exterior e interior, de modo que las guerras cognitivas se libran no solo en el exterior sino también en el interior. Y tanto la censura de cualesquiera narrativas que cuestionen el relato oficial como las operaciones de persuasión interior se han convertido en rutina. El fenómeno no es nuevo, solo la escala se ha disparado y los métodos se han enriquecido.  Por ejemplo, a principios del sxx, ya los carteles oligopólicos recurrieron masivamente a los medios entonces disponibles, las llamadas campañas de relaciones públicas, orientadas a “seducir” a los ciudadanos, el llamado “curteous capitalism” (Robert, 2023). Esa práctica se normalizó desde entonces. Ahora en la tercera década del sxxi, 100 años más tarde, donde cada vez es más evidente, como lo fue entonces, el desajuste entre la realidad material de las gentes del común y los discursos oficiales, la “persuasión” ha escalado al punto de destruir irremediablemente las bases de la democracia, incluso en su limitada forma de democracia liberal.

Por otra parte, la “weaponización” de la psicología y de las ciencias sociales, no es nada nuevo. Solo hay que recordar el Human Terrain System (Perugini, 2008), vendido como idealista intervención (Gezari, 2013), precedido de otros muchos proyectos, i.e. el Proyecto Camelot (Horowitz, 1974), uno más entre los varios que se han sucedido a lo largo de toda la guerra fría y después (Rohde, 2013). Es un campo que está reinventándose incansablemente (y por eso cualquier texto sobre ello, queda enseguida obsoleto). Hay que recordar que la antropología misma se fragua en sus inicios al servicio del imperio (holandés y británico). Y una de sus objetivos principales no era ni solo ni fundamentalmente proporcionar información fiable sobre los locales útil a los funcionarios colonizadores, sino también crear mitos que justificaran la colonización, i.e. en Asia, el mito del nativo perezoso (Alatas, 2013), o el árabe especialmente sensible a la humillación sexual (Patai, 1973). La neurociencia, con sus diferentes dimensiones, es continuar el trabajo anterior, si bien para justificar la captura de fondos frescos es mucho más eficaz señalar su novedad que la continuidad que la informa.

El objetivo de la guerra cognitiva es tanto o más el enemigo interior que el enemigo exterior. Y en este contexto es necesario enmarcar todas las batallas sobre la privacidad, de las que nos ocupamos en otro lugar.

 

Notas

[1] https://jacobin.com/2023/05/wealth-inequality-capitalism-meritcoracy-social-production-labor-understructure

[2] Poco a poco se acumula evidencia de que los micro plásticos se alojan en el cerebro (Amato-Lourenço, y otros, 2024)

[3] Es interesante constatar como estas dos conclusiones, que aparecen en (Zhang, Chen, & Zhang, 2023) https://docs.iza.org/dp15972.pdf ,    han desaparecido del resumen en la versión publicada por la revista de la Universidad de Chicago. Seguramente porque restan “punch a la narrativa”.

[4] https://cri.org/reports/on-thin-ice/ (Acceso : 2024/09/10)

[5] https://americandiplomacy.web.unc.edu/2024/02/the-christmas-gift-that-keeps-giving/ (Acceso : 2024/09/10). Evidentemente Matlock sufre de severas deficiencias de percepción no sobre la desaparición de la doctrina Brezhnev, sino sobre la aplicación de la versión imperial atlántica, que es muy anterior al “Christmas Gift” que le entregó un difunto idiota, nacido en Letonia, llamado Иван Павлович Абоимов.

[6] Qué nadie se equivoque: lo que está en juego en Brasil al hilo de Elon Musk y ese bodrio llamado X, no es la “libertad de expresión”, es Starlink cuya relevancia para el control remoto de los activos, con la consecuencia limitación de la soberanía de los estados sobre cuyos cielos se despliega, ya hemos señalado en otro lugar (Núñez, 2024), (Nuñez, 2022). Y la guerra en Ucrania ha mostrado, incluso su rendimiento militar.

[7] La relación entre la basura y la “mafia” continúa. I.e https://www.foxnews.com/us/mobsters-charged-international-plot-control-new-york-garbage-truck-industry-doj-says (Acceso: 2024/08/25)

[8] Ese vinculo puede ser apreciado, por ejemplo, en el documental de 2021, dirigido por Aïssa Maïga,  Marcher sur L’eau.

 

Referencias

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