Teorías infames (I): La tragedia de los comunes

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<<Suum cuique tribue>>

La ciencia psicológica y la ciencia social en sus diversas formas, han producido teorías, algunas de ellas con notoria coherencia sintagmática y pretensión de universalidad. Todas ellas se desentienden de la evidencia histórica y se pretenden como primeras formulaciones de una verdad universal.

Son infames porque lejos de constituir reales teorías científicas que dan cuenta de fenómenos empíricos, incluso aunque sea provisionalmente, son construcciones ideológicas susceptibles de ser usadas, como piezas de lego, en esquemas de dominación de unos humanos por otros. Su particularidad más notoria es que cuando se insertan en esos esquemas de dominación ya no requieren ni explicación ni justificación, cobran vida como parte del sentido común, de “las cosas son así porque tienen que ser así”.

Una de esas teorías es la tragedia de los comunes. Formulada en un celebre paper por (Hardin, 1968), viene a decir que cualquier bien de uso común, es decir, que no es una propiedad privada, tiende a ser sobre usado y por tanto destruido. La idea ya había sido formulada, con menos éxito por otros antes que él (Lloyd & Forster, 1833) y ha sido extensamente popularizada por otros después de él (Dörner, 1996), construyéndose para ello incluso elegantes modelos de dinámica de sistemas y agent based modeling, que como muchas otras modelizaciones, acaban por confundir un sistema de ecuaciones que dan cuenta de una realidad hipotética, con la prueba de que esa realidad existe, no solo porque es ontológicamente posible sino porque es ontológicamente necesaria. Ciertamente en la gestión de lo común pueden darse escaladas no virtuosas, que efectivamente conducen a la destrucción de lo común (Dörner, 1996). Pero cualquiera familiarizado con la dinámica de sistemas (Sterman, 2000), que haya implementado modelos en software como Vensim (https://vensim.com/) sabe que el comportamiento de los modelos está gobernado por la forma de los bucles de retroalimentación. Deducir de un problema empírico -existen lo común y como se gestiona-, la existencia de una categoría ontológica, con resonancias literarias (tragedia, condena) es un ejercicio de persuasión teológica magistral, como otros muchos, no tan notorios, procedentes de la “dismal science”, que más que “dismal” debería ser llamada “demise science”, la ciencia de las “cosas muertas”.  Enmendemos a ese “clásico”, que, en otro rapto de persuasión, atribuyó el estudio de lo racional a la economía y lo irracional a la sociología, con una formulación algo diferente: a la sociología correspondería lo vivo y a la económica lo muerto. El economista como enterrador, aterrado por cualquier manifestación de vida. La tragedia de los comunes llego a ser tan popular entre las filas de los científicos de los cadáveres, que su cuestionamiento por (Ostrom, 2015) llevó a que le otorgaran el premio del banco central de Suecia (incorrectamente referido con frecuencia como Nobel de Economía).

Si se nos permite, y si no también, diremos, por razones que en seguida mostraremos, que no apreciamos gran diferencia entre teorías como la de la tragedia de los comunes y la emisión de papel moneda en tiempos de John Law, en 1720, especulando con el valor “infinito” de la  compañía de las indias: el “paper” de Hardin emerge por el mismo proceso, que el papel moneda personalizado, emitido, a través del tracto digestivo del propio Law,  con la “garantía” de la compañía de las indias, que reproducimos en la Figura 1[1]. Pero antes de que el capitalismo entrara en la fase especulativa, lo común, la res communis, ya era vista como propia de plebeyos y el arte de gobernar consiste en reducirla cuanto sea posible en favor de la res publica tal y como se afirma en Book Named the Governor editado en 1531 (Elyot, 1962). Hasta el día de hoy, no pocos, especialmente entre los que se definen a sí mismos como “progres” se asimila la primera a la segunda. Nada más lejos de la verdad. El problema viene de tan lejos que con frecuencia parece que se pierde en el tiempo. Si hablamos de textos “legales” hay que retrotraerse al menos hasta el siglo xiii, hasta 1.217 (en tres años celebraremos el 820 cumpleaños; el 800 coincidió con la revolución rusa de octubre) cuando se ratifican la Carta Magna y la Carta del Bosque. La Carta Magna establece ciertas libertades, que aun, en parte, conservamos (prohibición de las detenciones arbitrarias -habeas corpus-, las torturas, proceso contradictorio para instar juicio, jurado formado por pares, , …). La Carta del Bosque determina los derechos y usos de los comunes: las tierras de pasto, los frutos, la caza del bosque, la madera para hogueras, barcas y casas están a disposición de todas las personas, como parte de derecho al sustento universal, por encima de cualquier derecho a la propiedad privada. A día de hoy es frecuente invocar el estado de derecho como constitutivo de la democracia, pero solo en lo relativo a la Carta Magna. Es tiempo de reclamar la Carta del Bosque, más actual que nunca (Linebaugh, 2008).

Figura 1: La especulación con papel moneda
Fuente: https://curiosity.lib.harvard.edu/south-sea-bubble/catalog/68-8001628670_URN-3:HBSBAKER:245595 (Acceso: 2024/02/19)

 

Aunque no suelo apenas leer en castellano, hay un cuestionamiento de los aprioris de la tragedia de los comunes, de base histórica, referido a las tierras del antiguo reino de León, que vale la pena referenciar, toda vez que proporciona detalles sobre una institución que floreció en un territorio próximo y llegó a tiempos recientes, hasta el punto que incluso en mi lejana infancia, tuve noticia de lo que parece fueron sus últimos coletazos. Estamos hablando del estudio del “concejo”, en una apretada síntesis que recorre cinco siglos, desde el xvi al xx (Rubio-Pérez, 2021).

Este estudio ilustra perfectamente la falsedad de algunas de las mentiras más repetidas por la historiografía y las ciencias sociales construidas bajo paradigma liberal, del cual son herederos los liberalilotas[2] modernos. Mentiras que podemos sintetizar, sin mucha pérdida de generalidad, en: (i) bajo regímenes comunitarios autoorganizados, dado que los “bienes del común son de ningún”, se explotan hasta su destrucción (o alternativamente al no tener propietario están infrautilizados y por tanto procede su repartición por privatización) ; (ii) los regímenes comunitarios autoorganizados impiden la introducción de innovaciones; (iii) la violencia y, su proxy, la ligitiosidad, es una consecuencia de la ausencia de poderes centralizados, de los que ejercen la “buena violencia”, en la versión “civilizada” de la “crypteia” (κρυπτεία) griega; (iv) los regímenes comunitarios autoorganizados son incompatibles con la existencia de bienes privativos -propiedad privada- son ferozmente igualitarios y presas de vagos y maleantes; (v) los regímenes comunitarios autoorganizados son intrínsecamente incompatibles son los derechos individuales, dado que no conocen la separación de poderes; (vi) las ciudades son la cuna de la democracia.

Y frente a esas mentiras, podemos, respectivamente, indicar las virtudes de la propiedad comunal. Entre las más notorias (i) Control de población externa susceptible de instalarse en territorio, oposición a la emergencia de rentistas, alteración del reparto de las extensiones de tierras de cultivo y pastos, control de los bienes públicos (agua), incremento de las extensiones de agricultura intensiva mediante obras concejiles. (ii) Introducción de innovaciones, caso del trigo ruso o de la patata, esta última contra la agnocracia primitiva de base religiosa. (iii) La ligitiosidad está sobre todo inducida por los señores que intentan apropiarse no solo de rentas sino también de las tierras mismas (y del agua), tratando de agotar y endeudar a los concejos; cuando los concejos litigan y lo hacen con frecuencia, como atestiguan los registros de la Real Chancillería de Valladolid, lo hacen para proteger la propiedad común, incluida la del agua, frente a esos señores, y los liberales que les siguieron, en su empeño ininterrumpido de apropiación. (iv) Son compatibles con regímenes de propiedad privada subordinados al interés general de los habitantes y capaces de atender la supervivencia de los más pobres o incapaces. (v) El ejercicio por el concejo de los tres poderes de toda asamblea constituyente -legislativo, ejecutivo y judicial- es perfectamente compatible con los derechos individuales y desarrolla técnicas preventivas para prevenir la corrupción tanto de los poderes ejecutivo como judicial. (vi) En cambio las ciudades, carentes de ese poder concejil, cayeron víctimas de la depredación aristocrática, y no fueron capaces de consolidar su autonomía.

El estudio al que hacemos referencia es especialmente relevante porque ilustra como las gentes de León resistieron eficazmente las olas de acumulación primitiva que pasaban por la apropiación privada de tierras comunales y la diferenciación interna entre ricos y pobres hasta los años 1960 del siglo xx, de donde nosotros venimos. Procesos de destrucción que tuvieron éxito, fundamentalmente por el ejercicio de la violencia, en el mundo germánico, Inglaterra y la  Europa central, como se describe con prosa viva en Caliban y la bruja (Federici, 2010) y como analizó Marx tanto en el libro primero del Capital referido a Inglaterra, como en muchos artículos de prensa referidos a Renania, donde ilustra como los campesinos que, desde antiguo, recogían las leñas caídas en los bosques, fueron convertidos de la noche a la mañana en delincuentes (Bensaïd, 2007). La expansión de las cárceles -el cerramiento por excelencia- y los cerramientos de las tierras comunes, tienen una biografía inseparable. Los cerramientos eran igual a la muerte para muchos, pero pese a ello se fueron extendiendo por la roja esfera ardiente (Linebaugh, 2019).

Los concejos de León fueron capaces de resistir a las desamortizaciones que como las de Madoz, procedieron a enajenar los bienes o tierras de propios: “A diferencia de otros territorios, la provincia leonesa conservó los bienes comunales en un nuevo contexto político y social en el que las élites sociales afirmaban que los bienes del común son de ningún, es decir, que los comunales al no tener propietario no solo estaban infrautilizados, sino que había que repartirlos y privatizarlos.  (…) El patrimonio comunal o concejil leonés no solo no se redujo, sino que se incrementó en un 10% con respecto al siglo XVIII, hasta alcanzar al 45% del espacio o termino provincial en el siglo xix (Rubio-Pérez, 2021, págs. 126-128).

Los liberales, esos llamados a sí mismos modernizadores (e incluso regeneracionistas como Costa) que fueron y son la razón de la expansión del capital, eliminaron las democracias locales, los concejos, y crearon los ayuntamientos, contra aquéllos y les quitaron todo poder policial y judicial. Los jueces de paz no ponen paz, solo actúan como correa de transmisión del poder judicial, privatizado en funcionarios del Estado, en poco diferentes de los jueces que nombraba el rey o el señor. La policía municipal igualmente solo actúa como fuerza local del Estado, en contra de los ciudadanos. El ciudadano ya no tiene la capacidad de cuestionar sus actuaciones en el concejo ante sus iguales.

Los concejos fueron especialmente hábiles en la introducción de innovaciones tecnológicas -como la introducción del trigo ruso en lugar del candeal o la barbilla, mucho más adaptados al clima local de las tierras leonesas. Y cuando hubo retrasos en la introducción de innovaciones, como la patata, estos fueron debidos -¡oh sorpresa!- a la resistencia de la Iglesia, pues al tratarse de un producto nuevo, a juicio de los vecinos no debería pagar diezmo, razón por la cual los de la sotana se ocuparon en hacer de la patata un “cultivo maligno, muy cercano al mal y al diablo, ya que se criaba debajo de la tierra y por ende no debía ser consumido por los hombres” (Rubio-Pérez, 2021, pág. 136).

Incluso los concejos fueron capaces de promover las plantaciones de árboles, de larga vida, como los castaños, separando el derecho al suelo -que seguía siendo propiedad común- del derecho al vuelo, que pertenecía a quién había plantado el árbol. Castaños que, por cierto, están despareciendo. La historia, dicho sea como simple metáfora, parece dispuesta a vengarse. La eliminación de los concejos afecta a múltiples dimensiones. Una de las más notorias es la desaparición de las zonas de pastos comunes y la extracción de madera para uso doméstico, todo lo cual actuaba positivamente en el mantenimiento de los bosques. En su defecto, las especies foráneas y las mono plantaciones, unido al calentamiento global, junto a una pandilla de descerebrados al frente de las instituciones autonómicas, augura incendios catastróficos, como los que ya asolan otras zonas del país. Todo lo cual se suma a la desaparición de las especies autóctonas debido tanto al mismo calentamiento como a la ineficiente o ausente administración de sanidad vegetal. Es una bomba de relojería activada en cuenta atrás. Y veremos realizarse las proféticas palabras de Blake en Visions of the Daughters of Albion: “a red round globe hot burning”.

Durante mucho tiempo, las ciencias sociales han sostenido que los procesos de acumulación primitiva, como los descritos por Marx, y a los cuales se resistieron durante cinco siglos los concejos de León, era irrepetibles. La historia ha demostrado que esos procesos de acumulación primitiva, con violencia explicita incluida, son repetibles, i.e. en África, (Akyeampong, Bates, Nunn, & Robinson, 2014),  (Humphreys, 2022). Y muestra también que esa violencia en nada ha contribuido al “development” endógeno de los países que la sufren, de modo que la comparación directa con los procesos que tuvieron lugar en Europa es inadecuada (Bates, 2001), (Bates, 2008), (Bates, 2017).

En África se dan procesos de acumulación primitiva por expoliación que, por mediación de la moneda (Nuñez, 2023),  reviven una nueva forma de colonialismo sin control formal directo del territorio.  Son por tanto procesos que en nada contribuyen a la construcción de estados nación soberanos. Podría concluirse que la apropiación desde las ciudades de las rentas del campo intentados durante siglos por las aristocracias de las ciudades del reino de León se replican ahora a escala planetaria. La historia también ha demostrado que otros procesos de acumulación primitiva en el sentido de acumulación por desposesión, tienen lugar en este mismo momento, incluso con marchamo tecnológico, en el centro del imperio (Nuñez, 2023). Podrías concluirse también que, en las ciudades del centro del imperio, tienen lugar procesos similares a los que asolaban las ciudades del reino de León, donde la aristocracia trataba de apropiarse de las rentas de los artesanos. Pareciera “como si” hubiera cambiado la escala, pero no los procesos fundamentales de expropiación y explotación con los que se inició la modernidad, tan cara a los liberalilotas.

Con la dictadura franquista, los concejos languidecen y finalmente mueren. Es casi imposible encontrar referencias a las hambrunas que sufrió la España de Franco, en las grandes historias de las hambrunas (Gráda, 2021)[3]. Y esto es bien curioso, pues si bien las élites británicas son las urdidoras de las más grandes hambrunas de la historia, acostumbran en los textos de historia que salen de la isla, a citar a España y Rusia como los lugares donde aprender barbarismo[4]. Pero si bien las hambrunas en las extensas tierras rusas son objeto de recreación de esas élites británicas, las hambrunas de la España de Franco, les han pasado hasta el momento desapercibidas. Y lo que más grave, nos han pasado desapercibidas hasta en los libros de texto usados en los colegios de la piel de toro. Afortunadamente, la última historiografía española (Blanco M. Á., 2020) y de hispanistas (Blanco & Anderson, 2022) está empezando a llenar este vacío. Lo que me interesa aquí es que esta historia llena de sentido experiencias vividas en la lejana infancia. Permite explicar por qué la madre no podía entender que la juvenalia de la familia aportara a la mesa como “modernidad” pan negro. Durante mucho tiempo interpreté el asunto en términos puramente culturalistas. Ahora entiendo que, en las mesas de la guerra y la postguerra civil de 1936, hasta bien avanzada la década de los cincuenta, la presencia de pan blanco marcaba la diferencia entre suficiencia, incluso abundancia, y hambre (Conde_Caballero & Mariano_Juárez, 2023).  Había, y todavía hay muchos borrados, por el relato triunfalista de la dictadura. Este es uno de ellos.

Y es especialmente relevante, en el contexto que nos ocupa, porque la prevalencia de las hambrunas en la España de Franco, de acuerdo con las citadas evidencias historiográficas (que puedo corroborar con acerbo de recuerdos familiares) no afectaron a las zonas de León donde se había mantenido el sistema de concejos. Que cada cual saque las lecciones que considere pertinentes.

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Notas

[1] Para ser justos, si bien John Law es el responsable de la introducción del papel moneda, innovación extraordinariamente importante para el futuro de la economía capitalista occidental, quien parece que ordenó la emisión de cantidades ingentes de papel moneda, que condujeron al colapso total del sistema, no fue John, sino el regente, el duque de Orleans.

[2] No, no se trata de un error que ha escapado al editor de texto. Liberalilotas es un neologismo creado por mi para, señalar: (i) liberal no se opone a esclavo (iliota); es más, el liberalismo ha justificado la esclavitud en base a la defensa de la propiedad privada … de esclavos, una propiedad como cualquier otra; (ii) el liberalismo está preñado de ideas de libertad para unos, que conducen a miseria para otros, i.e. libre mercado; (iii) su sostenimiento moderno se asienta en la corrupción intelectual de muchos “científicos sociales” que so apariencia de cultivar cualesquiera de sus ramas científicas -economía incluida- producen justificaciones de la violencia y la ausencia de libertades para los demás, particularmente la tercera liberad (además de las dos primeras de las que habló Berlin), es decir, la suficiencia económica necesaria para poder disfrutar de todas las demás libertades y no solo para estar liberado de los cuatros miedos, de los que habló Roosevelt.

[3] Donde sí cita la hambruna de 1811-1812.

[4] Entre otros muchos ejemplos (Vernon, 2009, pág. 299) nota 93.

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Referencias

Akyeampong, E. K., Bates, R. H., Nunn, N., & Robinson, J. A. (2014). Africa’s development in historical perspective. Cambridge University Press.

Bates, R. H. (2001). Prosperity and violence. The political economy of development. w.w. norton & company.

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Bates, R. H. (2017). Development Dilemma: Security, Prosperity, and a Return to History. Princeton University Press.

Bensaïd, D. (2007). Les dépossédés. Karl Marx, les voleurs de bois, et le droit des pauvres. La Fabrique éditions.

Blanco, M. Á. (2020). Famine in Spain During Franco’s Dictatorship, 1939–52. Journal of Contemporary History, 56, 3–27. doi:10.1177/0022009419876004

Blanco, M. Á., & Anderson, P. (Edits.). (2022). Franco’s famine. Bloomsbury Academic.

Conde_Caballero, D., & Mariano_Juárez, L. (2023). Las recetas del hambre. La comida de los años de posguerra. Editorial Planeta, S. A.

Dörner, D. (1996). The logic of failure. Metropolitan Books.

Elyot, T. (1962). The Book Named the Governor. J. M. Dent & Sons Ltd.

Federici, S. (2010). Cabilán y la bruja. Traficantes de Sueños.

Gráda, C. Ó. (2021). Famine A Short History. Princeton University Press.

Hardin, G. (1968). The Tragedy of the Commons. Science, 162, 1243–1248. doi:10.1126/science.162.3859.1243

Humphreys, M. (2022). Political violence and endogenous growth. Tech. rep., WZB Berlin • Humboldt University.

Linebaugh, P. (2008). The Magna Carta Manifesto. Liberties and Commons for All. Berkeley, CA: University of California Press.

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Vernon, J. (2009). Hunger. Cambridge: Harvard University Press.

 

 

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